domingo, 26 de mayo de 2019

Sin tarea.


Les pidió como tarea llevar algo al otro día. Cualquier cosa, les dijo. Ustedes vean. El único requisito que exigió es que aquello que llevaran no tuviese nombre. No que no lo supieran, sino que efectivamente no tuviera. Un alumno preguntó si podía llevar al perro de su tía Margarita, que no tenía nombre. Le contestó que no. Ese es un perro, le dijo. Es algo que tiene nombre. Ellos alegaron que seguían sin entender, pero en el fondo entendían y lo que ocurría era que no se les ocurría qué poder llevar. Y claro… si trataban de pensarlo, menos lo lograrían. Si tienen como nombrarlo tiene nombre, dijo él nuevamente. Y si tiene nombre no nos sirve. Yo les pido que traigan algo que no pueda nombrarse, agregó. Obviamente no podrán decir qué es, pero de alguna forma lograremos entendernos, concluyó. Ellos se quedaron en silencio, pero asintieron. Algunos incluso anotaron algo en sus cuadernos, aunque no había, ciertamente, nada que anotar. Se fueron conversando sobre la extraña solicitud. Unos buscaron en internet, pero nada encontraron. Otros pensaron en sensaciones. El sabor del jengibre, por ejemplo, escribió uno. Pero luego lo descartó porque no era una cosa. Además el profesor diría que el nombre era justamente ese: el sabor del jengibre. Si puedes referirte a él, si puedes nombrarlo, no sirve, había dicho. Eso al menos lo habían entendido. Paso así el día y llegaron a clase. No tenían miedo a un castigo ni a una nota, pero se sentían intrigados. Nadie trajo lo solicitado. Les preguntó y eso fue lo que le dijeron. Luego hizo su penúltima clase, que trató de algo que pocos comprendieron. Días después, a modo de despedida, les anunció que no volvería por un tiempo. Cuando lo haga quiero que esté lista la tarea... esa que nadie cumplió, les dijo. Ustedes me avisan y yo vuelvo. Ellos se despidieron afectuosamente y quedaron de realizarla. Ya van cinco meses, desde entonces.

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