martes, 7 de mayo de 2019

Una fila de enfermeras.


Veo una fila de enfermeras, en la calle.

Igual que una fila de monjas en esas películas viejas.

Recuerdo, mientras las miro, una película mexicana antigua donde salían monjas en fila.

Caminaban recto, las monjas, en la película.

Sin mirar a nadie y avanzando siempre a un mismo ritmo.

Por calles en las que la gente vivía otra clase de vida.

Otra vida y a otro ritmo, digamos.

Y con otros intereses.

En ese tiempo, yo entendía que iban así porque iban hacia Dios.

Aunque si iban hacia Dios, pienso ahora, quién sabe desde dónde venían.

O por qué no llegaban.

Eso pensaba al ver las monjas, claro.

Eso y otra serie de preguntas que me hacía en ese entonces y que extrañamente no he olvidado.

Con las enfermeras, en cambio, no pienso mayor cosa.

Van en fila y es un tanto raro, lo admito.

Pero sus uniformes y mis años han desvanecido los enigmas.

No hay preguntas, digamos.

No hay extrañamiento.

Datos, tal vez, poco más ocurre al verlas.

La segunda tiene un cuerpo atractivo, me digo.

La última se parece a una chica que vi en Abril morir ahogada.

A eso se resume la fila de enfermeras.

Las dejo pasar, simplemente, hacia donde quiera que vayan.

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