jueves, 2 de mayo de 2019

Velcro.



No nos gustaba salir con él porque se le adherían cosas.

Suena raro decirlo así, pero es justo lo que sucedía.

Fuera donde fuera se le adherían cosas.

Como un imán, tal vez, para hacerse una idea, aunque no eran solo metales.

O como un velcro, ya que la fuerza con que se adherían no era tanta.

Una vez nos juntamos en un bar, por ejemplo, y llegó con un cordel y un guante de box pegado en la espalda.

Venía de lo más normal.

Ni siquiera se daba cuenta de lo que cargaba.

Al principio nos daba risa, es cierto, pero también hubo ocasiones en que nos acusaron de robo y otras en las que pudo causar un daño mayor.

Como cuando se le adhirió el bastón de un ciego, el bozal de un perro o la pistola de un policía.

Le advertíamos siempre que estuviera atento, pero lo cierto es que no le daba importancia al asunto.

Solo cuando el peso era mayor, se detenía, pues le dificultaba el viaje.

De todas formas, desde que nos dejamos de juntar ya ni de eso se preocupa.

Yo mismo lo vi el otro día con una cruz de madera en la espalda.

Se veía incómodo, por supuesto, pero no se detenía a sacársela.

Además, se le adherían otras cosas, mientras avanzaba.

Por un momento pensé en acercarme y ayudarlo, pero sé que volverá a lo mismo.

Mejor dejarlo así, para que aprenda a cargar exclusivamente con su propio peso.

Esa sí es una buena enseñanza.

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