miércoles, 10 de octubre de 2018

Un viejo en la espalda.


Cuando me descuido, se me sube un viejo en la espalda.

No me dice dónde ir.

No me obliga a nada más que llevarlo a cuestas.

Y claro, como comúnmente ando cargando peso, la situación suele sorprenderme y me percato tarde de lo que ocurre.

Puedo de esta forma pasar todo un día cargando al viejo sin darme cuenta y, si soy sincero, creo que prácticamente no me afecta.

Y es que además de ser flaco y de aferrarse a uno sin hacer demasiado daño, el viejo muestra mayormente una actitud sensata.

Me refiero a que se baja de mi espalda en los momentos adecuados.

En la ducha, por ejemplo.

Al dormir.

O cuando uno tiene algún tipo de encuentro más cercano y/o amoroso.

De esta misma forma, el viejo no suele interrumpir mis pensamientos ni le gusta hablar en lo más mínimo.

De hecho, apenas lo he escuchado un par de veces quejarse, y solo una vez se lo oí discutir, cuando un tipo en el metro lo pasó a llevar fuertemente con su paraguas y le hizo incluso un corte en el rostro.

Es por esto que, más allá del cansancio que supone llevarlo a cuestas, he optado por dejarlo ahí, y no hacer un escándalo sobre aquel asunto.

Por lo mismo, no insistan en pararme en la calle y contarme que llevo un viejo a cuestas, pues soy consciente de aquello y nadie me obliga del todo.


Así, simplemente, mejor no insistan revisen su propia espalda.

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