sábado, 13 de octubre de 2018

Sitio.


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En medio de la noche escucho un sonido extraño fuera de casa. Como no es primera vez que lo oigo, me decido a ir en su busca. El sonido es similar al de unas campanillas, como esas que se cuelgan cerca de las puertas y que avisan la llegada de alguien, cuando las pasas a llevar.

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Yo no tengo de esas campanillas. Si las tuviera podría pensar que es el viento, pero no es el caso. Además tampoco hay viento.  

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Una vez abajo me percato que el sonido permanece, aunque a pequeños intervalos. Por lo mismo, aprovecho esos momentos para tratar de identificar el sonido. Finalmente, si bien me parece absurdo, descubro que el sonido parece venir de debajo de la tierra.

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Me paro entonces, en medio de la noche, sobre el lugar donde se escuchan las campanillas. Estoy a lado de un árbol, con los ojos cerrados, tratando de concentrarme en el sonido,  nuevamente. Esta vez, además de las campanillas, escucho la voz de un niño pequeño, aunque no distingo bien qué es lo que dice.

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Me quedé en el patio, sobre el lugar de los sonidos, hasta que prácticamente amaneció. En ese tiempo, debo haber escuchado al menos cinco o seis veces las campanillas y la voz del niño. Justamente en la última oportunidad, escucho también una risa, junto con la voz. Entonces, no sé explicar por qué, levanto la vista y veo que un niño me observa, desde la ventana de mi cuarto. Da un paso atrás cuando se da cuenta que lo observo, pero ahí está. Me sostiene la mirada, incluso, como si aquel fuese en realidad su sitio.

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