sábado, 27 de octubre de 2018

Olvidar a los muertos.


I.

Hay que olvidar a los muertos.

Pueden decir lo que quieran, pero ellos lo querrían así.

No importa el muerto.

No importa si en vida te repiten una y otra vez que ellos viven en el corazón de los otros.

Esa es publicidad barata.

Hay que hacerlos a un lado, sin más.

Dejarlos bajo tierra.

O vaciar las ánforas como ceniceros sucios.

Olvidar a los muertos, en definitiva.

Cargar con únicamente con nuestra propia vida.

Y nuestra propia muerte.


II.

Hay que olvidar a los muertos.

Tachar sus nombres.

Quemar las flores que alguien dejó sobre sus tumbas.

Nada de reutilizar sus nombres, o de luchar por herencias que solo nos amarran.

Deja que se vayan, que sean libres.

Estoy seguro que ellos no descansan, hasta que logramos olvidamos.


III.

Debe ser hermoso, ser olvidado.

Yo querría de hecho, de morir, que mi hijo me olvidara.

Que su corazón sea para sí mismo y para otros vivos.

Que vaya hacia ellos, sin más.

Que no cargue con un peso que no le pertenece.

Que las lágrimas borren mi rostro de su memoria.

Que la tristeza sea breve para no cerrarle la puerta al mundo.

Que lance un grito y me deje ir.

Eso ocurre cuando el dolor es puro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales