lunes, 1 de octubre de 2018

Un pato mecánico en un museo de Praga.


En un museo del juguete en Praga, hace años, vi un pato mecánico que habría sido construido a inicios del siglo XVII.

Al parecer se había mantenido en funcionamiento desde entonces, bajo el cuidado de una importante familia que lo había donado, finalmente, al museo.

El pato mecánico dejaba su interior a la vista, mientras daba unos pasos y decía cuac, ante todos aquellos que buscaban fotografiarlo mientras esperaban, ansiosos, el evento principal.

Dicho evento ocurría cada tres horas y ocurría cuando el pato mecánico, tras varios movimientos y cuacs más fuertes que los habituales, ponía un huevo, también mecánico, en una especie de nido que tenía montado en un sector del museo.

Posteriormente, el huevo eclosionaba y se oía el sonido de otro cuac más débil y agudo, que parecía incluso enternecer a los espectadores.

Tras esto, una encargada tomaba el pato y el huevo e intentaba explicar –según entendí-, la historia de aquel pato mecánico y el complejo mecanismo que le daba vida.

Para finalizar, por una suma no tan módica, podías tomar al pato mecánico en tus brazos y fotografiarte con él.

Casi todos lo hicieron, por supuesto, aunque yo estuve entre los pocos que desistimos de fotografiarnos.

Para no ser menos, sin embargo, tomé el huevo que habían dejado olvidado sobre el nido y lo fotografié de cerca, tomándolo entre mis manos e intentando comprender su mecanismo.

Mientras lo hacía, recordé una vez que de pequeño hice lo mismo con un huevo de verdad, tratando e comprender cómo era posible que una vida se gestara dentro.

En ambas ocasiones, por cierto, mi comprensión no logró dar con el secreto, en lo absoluto.

Aprovecho de confesar, por cierto, que el huevo mecánico de Praga hasta el día de hoy, lo tengo conmigo.

Puede que tenga, pienso a veces, alguna maldición.

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