martes, 23 de octubre de 2018

Fragmento.

Ella escribe un trabajo y yo pongo acá un fragmento:
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Siempre quise tener un perro que se llamara Epicuro. Pero no un perro cualquiera. Yo quería un perro que se sentara frente a mí y me hablara de tú a tú, sin tapujos. Cuyo nombre fuera Epicuro no porque yo se lo puse sino porque él lo eligió. O porque no tuvo elección más bien. Porque se sabía Epicuro, me refiero. Y saberse no es poca cosa. Entonces nos sentaríamos sobre el pasto y Epicuro me haría la vida más fácil con unas cuantas palabras:
-El fin de la vida humana es procurar el placer y evadir el dolor –me diría, como primera cosa.
Y hasta los papeles se invertirían pues yo exclamaría “Guau”, asombrada.
Entonces él tomaría confianza y me explicaría unas cuántas otras cosas que yo anotaría en una libreta que tampoco tengo y que me gustaría tener, con una letra ídem.
Luego las numeraría:
1. La sensación es la base de todo el conocimiento.
2. Las sensaciones producen placer o dolor, experiencias cuyas huellas generan sentimientos, que son la base de toda moral.
3. El contrapeso ético del placer es el miedo, que debe ser evitado.
Luego Epicuro se quedaría en silencio un momento y yo también.
Nos quedaríamos en un silencio pacífico, por cierto, porque una verdad importante habría sido dicha.
No creo que sea tan difícil.
No pido un Dios ni una vida eterna ni que los seres amados se queden con nosotros para siempre.
Pido un perro que se llame Epicuro, y que no tema hablarme, y hablarme con la verdad.
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