Ya lo decía Woody, pero nadie le creyó: Hay una serpiente en mi bota.
Puede ser difícil de creer y hasta crear
desconfianza, pero si lo piensan es justamente cosa de serpientes meterse ahí,
donde nadie las llama.
En mi caso, al menos, siempre confié que no
ocurriría, sobre todo por la falta de botas, pero los tiempos cambian y uno ya
no puede valerse ni de las propias confianzas.
Así, ocurrió simplemente que una mañana miré
dentro. No sé bien por qué, tal vez recordando la advertencia del vaquero ese.
Y claro, la serpiente estaba allí, enroscada al fondo y dispuesta a acomodarse
en cuanto uno metiera el pie.
Porque claro… ese es justamente el peligro de la
serpiente en la bota: el poder acomodarse de forma perfecta junto a uno, y no
descubrir su presencia hasta que es demasiado tarde.
Ahora bien, sobre los males y dificultades que esto
conlleva podría enumerar varios, pero si soy sincero, no podría asegurar cuáles
de dichos males provienen realmente de la serpiente y cuáles no.
Con todo, ciertos extravíos, y hasta ciertas
mordeduras, no pueden sino atribuirse a esta situación y son aquellas las que me
llevaban, un par de párrafos atrás, a considerar que la detección de su presencia
podía ocurrir demasiado tarde.
Por lo mismo, esta entrada no tiene otra función
más que invitarlo a usted a revisar su propia bota. Aunque este último
sustantivo, por supuesto, puede usted cambiarlo por algún otro, debido a la
movilidad de estos despreciados animales.
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