Yo estaba feliz con Robin Hood. Feliz con su
regreso, me refiero. Y es que me enteré de sus andanzas y esperaba que en
cualquier momento comenzara a repartir las riquezas robadas.
Así, tras varios intentos, logré interceptar la
radio policial, y cuando escuchaba que andaba cerca, dejaba las luces encendidas
por si se daba alguna vuelta y traía algún regalo.
Hablé bien de él, discutí poniéndome siempre de su
lado y respaldando su labor como un medio para combatir –de manera bastante
menor, por supuesto-, las desigualdades económicas tan arraigadas en nuestro
medio.
Fueron pasando los días, sin embargo, y mi héroe no
aparecía.
De vez en cuando alguna noticia, pero ya me estaba
decepcionando el que no me tuviese en cuenta.
Fue así con una madrugada, a poco de haber apagado
la luz, sentí que se abría una ventana y entraba la inconfundible figura de
verde con un arco en una mano.
Por fin se hará justicia, pensaba, mientras me
sentaba en la cama para agradecer como es debido el que al ladrón de los ricos…
-Gracias –le dije-. Gracias de antemano. Yo soy
profe y estoy acostumbrado a ciertas injusticias, pero…
-Cállate hueón –me interrumpió-. No se ve mucho de
valor, pero me llevo las primeras ediciones y los libros firmados…
-Pero…
No alcancé a hablar más.
Robin Hood lanzó una flecha que atravesó el
cubrecama y se enterró a pocos centímetros de otro preciado bien.
-Soy profe… -intenté explicar-. Esas son las únicas…
-¡De colegio particular, culiao! –me gritó.
Yo me quedé en silencio.
Es cierto que ganaba menos incluso que en un
colegio público y que tenía otras dificultades, pero en el fondo no tenía como
rebatirle.
Dejé que desordenara mi biblioteca y que se llevara
algunas cosas.
Se burló incluso ante algunos de mis libros.
-¿Serán útiles, al menos, donde los llevas? –le pregunté
finalmente, mientras se acercaba a la ventana.
-Eso es mejor no preguntárselo –me contestó-. Si no
nunca haría nada…
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