Wingarden decía que una de las cosas que más atrae
de la televisión es que podemos despreciarla. Criticar su contenido, relacionarla
con cierta decadencia cultural o hasta culparla del vacío existente en la
formación del ciudadano promedio. Pero claro… dicho desprecio es al mismo
tiempo lo que nos atrae y nos lleva a odiarla invariablemente cierta cantidad
de horas al día.
Por otro lado, este mismo desprecio puede
percibirse también, según Wingarden, desde el interior de la propia televisión,
a partir de una serie de comentarios que cuestionan el rol y la jerarquía de
este medio.
Así, podríamos identificar en ambas zonas de
críticas, un fin último que es validarse individualmente como seres conscientes
de las falencias de aquello que consumimos, más allá de que sigamos
consumiéndolo –o hasta formando parte de ello-, según sea el caso.
Dicho esto, aclaro que el texto de Wingarden me
llama la atención no por su propuesta –bastante obvia, según mi opinión-, sino
por ciertas analogías que realiza al hablar del rol del televidente que
critica.
Así, las comparaciones van desde lo que ocurre en
relación a la política, a nuestro medio de trabajo y hasta referidas a lo que ocurre
en nuestros pequeños grupos afectivos.
Con todo, la idea del desprecio es la que más queda
en mi memoria. El desprecio como el elemento clave de la atracción por la
televisión, me refiero.
Y es que al despreciar la televisión, el mismo
desprecio se convierte en aquello que nos desplaza para no sentirnos
despreciados. Suena confuso, pero me refiero a que pensamos que la televisión
desprecia a otro tipo de televidentes…
a esos que no desprecian la televisión, supuestamente y que la consumen por
creer que satisface sus necesidades.
Eso dice Wingarden, claro.
Hoy, sin embargo, habiendo pasado casi dos décadas
desde la escritura de las ideas antes señaladas, creo que ese grupo que consume
la televisión creyendo que satisface sus necesidades, es prácticamente
inexistente.
Pero claro, nuestro cinismo ha aumentado.
Así, podemos incluso despreciarnos a nosotros
mismos a través de ese desprecio a la televisión, y fingir diciendo que no nos
afecta mayormente.
Y claro, odiamos la televisión porque odiar la vida
parece más dañino y menos sensato, en estos tiempos…
Con esto último, paradójicamente, transformamos la
televisión en un instrumento totalmente indispensable para la regulación de
nuestras propias frustraciones.
Y es que mientras más mierda nos parezca que contiene la televisión, menos llena de mierda nos parecerá nuestra vida.
La relación es simple, después de todo.
Simple, por supuesto... pero no sencilla.
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