A punto de salir al trabajo me doy cuenta de una situación: La llave no encaja en la cerradura.
Y claro, como uno duerme bajo llave resulta que al
final nos complicamos porque nos encontramos encerrados y además está el tema del
ingreso al trabajo y otras cuántas complicaciones asociadas a este problema.
Así, -mientras intentas nuevamente abrir la puerta
y compruebas que no se trataba de un simple error motriz o confusión de llaves-,
comienzas a cuestionar la expresión de esta situación: o me quedé encerrado
dentro de la casa, o en realidad me quedé fuera del mundo, a partir de este
percance.
Puede parecer un matiz pequeño, a primera vista,
pero nombrarlo eligiendo una de estas formas conlleva una serie de otras
consideraciones que van más allá de un mero punto de vista.
Por otro lado, está la explicación sensata al
asunto concreto que origina este problema. Es decir, el por qué las llaves no
permiten abrir, esta mañana, la cerradura.
Y claro, buscas y buscas respuestas a esto y no las
encuentras y mientras lo haces, comienzas a fijarte en todo esos que pasan por
fuera y que sí lograron hacer funcionar su llave y están libres esta mañana…
escolares, trabajadores, vecinos que sacan la basura y toda esa gama de seres
que suelen verse si te das el tiempo para hacerlo.
Entonces, renunciando ya a la desesperación y
aceptando simplemente lo ocurrido, te calmas y piensas que tal vez no sea tan
terrible… y desistes incuso de volver a intentar a abrir y hasta consideras que
los seres libres que pasean fuera, no se ven menos desesperados que tú mismo
intentado abrir la puerta.
Así, por último, terminas simplemente enviando
algún mensaje, preparándote un mejor desayuno, y hasta te das el tiempo de
regar las plantas, ya que quedó un espacio.
Y claro, es entonces cuando tomas una moneda y la
lanzas al aire, para decidir si llamas finalmente, o no, a algún cerrajero.
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