I.
Preparar té me tranquiliza.
Pero la calma no siempre es agradable.
A mí, por ejemplo, después de media hora me incomoda.
No la tranquilidad en sí, por supuesto, sino todo aquello pendiente, me
incomoda.
Y es que el té no suele ser principio de orden alguno.
Y a veces sabe a farsa, cuando lo tomas en la noche y ni siquiera ves
estrellas.
Eso es lo primero.
II.
Lo segundo es más bien práctico.
Dejar a mano algunas llaves, ducharme, multicopiar alguna guía.
Cosas de ese estilo.
Combatir la tos cada cierto rato tomando una pastilla y el jarabe.
Escribir y confesar:
Nunca he creído en pastillas ni en jarabes.
III.
Lo tercero es aclarar el punto anterior:
Siempre me he mejorado en base a líquidos.
Aborrezco las pastillas y bueno… en los jarabes nunca he creído,
realmente.
Me pasa como con las comedias o los humoristas, con quienes nunca río,
realmente.
La analogía es rara, pero supongo que funciona.
Lo que debe hacer reír no divierte y lo que debe sanarte no sana.
Aunque finjamos lo contrario, por supuesto.
IV.
Generalmente pierdo la mitad del té que preparo.
Parte se me enfría en la taza y otro poco queda en una tetera de loza.
Sin embargo, me niego a preparar menos.
Y es que me gusta prepararlo, observarlo… saber que no es solo para mí…
Como si plantase una planta y solo arrancase una hoja.
Quizá sea eso lo que realmente incomoda, pienso ahora.
Ese es el cuarto punto.
V.
Un quinto y último punto tiene que ver con el día que termina.
Con el jarabe que no encuentro y que busco, sin embargo, como para
cumplir con un rito.
Ordenaré papeles, escribiré parte de una prueba y si termino pronto tal
vez prepare un poco más de té.
Incluso, si eso ocurre, tal vez salga con mi taza a buscar alguna
estrella.
No sé bien cómo decirlo…
Sinceramente espero que todo esto, algún día, cobre algún sentido.
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