Encuentro una tarjeta en la calle, con un nombre.
Olvido el nombre de inmediato, pero se me graba el producto que se
promociona:
Toallas de algodón egipcio.
No sé por qué, pero me gusta aquella frase.
Tanto que la escribo en un papel, antes de botar la tarjeta.
No es que imagine las toallas.
No es que piense en la textura.
Tampoco hago asociaciones con el significado directo.
Simplemente me gusta aquella frase:
Toallas de algodón egipcio.
Así, mientras la escribo, acaricio la frase como si probara su textura.
Y claro, hasta podría decirse que hago con la frase como con las toallas.
Pero lo cierto es que tampoco es tan simple...
Y es que claro, las palabras se dejan por un momento, pero intente
usted doblarlas y vea entonces qué ocurre.
Nada de guardarlas, nada de dejarse empaquetar ni reducirse a un simple
sonido.
Por el contrario, a veces se rebelan y se lanzan contra uno.
Y entonces ya es como el cuento ese de Cortázar cuando el hombre se
asfixia con su chaleco.
Y entonces ya son las palabras las que tomaron la delantera y no se
dejan domar.
Puedes intentarlo una y otra vez cada noche, pero siempre solo hay algo
que vence finalmente.
Ten cuidado, por lo tanto, con aquello que aparenta docilidad.
No te dejes atrapar, entonces, por las toallas de algodón egipcio.
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