Un amigo puso un pequeño restaurant de comida
mexicana.
Me invitan varias veces, pero solo termino yendo
hoy, a cuatro meses de que lo hubiesen inaugurado.
Al parecer no le ha ido muy bien, pero no se queja
y me invita, en cambio, a probar varias preparaciones.
Yo acepto.
Mientras, conversamos un rato.
Él me cuenta entonces sobre un par de monjas que
vienen a diario a comer, vestidas con sus hábitos.
-Piden siempre comida picante –me cuenta-. Comida
picante y con extra picante… Nunca las he visto hacer un gesto de desagrado o
donde se demuestre que el picante les ha afectado…
-Ya –digo yo.
Así, vamos pasando sobre varios otros temas hasta
que decido irme del lugar.
Justo entonces llegan las monjas.
Vestidas de negro, por supuesto... y pidiendo el
plato más picante que tengan
Mi amigo las atiende, con naturalidad.
Yo observo.
No parecen rezar, ni cruzar palabras… Solo esperan
el plato y luego comienzan a comer aquello que les llevó mi amigo.
Y claro… resulta ser cierto aquello de que no
muestran, en su rostro, expresión alguna.
De esta forma, pasan unos veinte minutos… comen,
pagan… y se van.
-Estoy seguro que esto es un enigma –comenta mi
amigo-. Pero no consigo saber de qué enigma se trata…
-¿Y si no es en realidad un enigma? -digo yo.
Mi amigo se lo piensa un poco y luego comenta.
-Si no es un enigma habrá que inventarle uno… -dice
simplemente.
Pero claro, justo entonces regresan las monjas.
Una de ellas pareciera que quiere decirnos algo.
Yo no creo que haya vuelto.
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