Todo
comienza cuando Richar Wagner convence a Nietzsche de que debe usar bigote.
Podrán discutirme lo contrario, pero lo cierto es que Nietzsche, antes de eso,
no era nadie. O “casi nadie” para ceder un poco. El caso es entonces que
Nietzsche comienza a dejar crecer su bigote. No es que antes no lo hubiese
hecho, pero todo había vuelto a cero en los últimos meses de servicio militar
voluntario en Naumburgo y era necesario un nuevo comienzo. Así se lo dijo
Wagner. Incluso le dibujó un boceto en un trozo de tela con tinta sin depurar.
La tela se expone hoy en un pequeño museo de Turín y es la obra más importante
del museo. Es imposible no
visualizar a Nietzsche tras ese bigote. El dibujo es soberbio, dirán
algunos visitantes.
Así,
ya con bigote, Nietzsche es contratado como profesor en la Universidad de
Basilea. El profesor más joven que había tenido dicha universidad, por
cierto... ¿Podría haberlo sido sin bigote? ¿Qué seriedad habría proyectado su
rostro imberbe antes su primeros estudiantes? Los invito a reflexionar un
momento...
…
(Tiempo para reflexionar)
Pasaron
los años. El bigote creció, fecundo. Nietzsche adquirió cierto renombre. Es capo el hueón del bigote, decían. Era inconfundible. Volvió
entonces a frecuentar a los Wagner. Se dice incluso que Cósima, la esposa de
Richard, peinaba el bigote durante una hora antes de las fiestas. Nietzsche se
dejaba hacer. Wagner sospechaba, pero era lampiño. Debía conformarse. Nietzsche
regaló algún libro a Cósima. Wagner se alejó de la admiración por el bigote y
se acercó a Dios. Finalmente bigotudo y lampiño se pelearon. Dios guardó
silencio.
La
historia sigue y podría ahondar en detalles, pero no tengo tiempo porque soy
profe. Diré en cambio, simplemente, que Dios sintió la cercanía de Wagner como
un segundo premio. No es que no valorase su música, pero sabía lo que habitaba
en el corazón de este personaje. Así, lleno de contradicciones -y quizá hasta
envidia-, Dios se dejo crecer el bigote. Le salió uno chistoso, pero se sintió
viejo. Se deprimió. Odió a los hombres por tener bigote (o por admirarlos) y se
alejó cada vez más de todos nosotros. Nietzsche lo interpretó mal y nos dijo a
todos que había muerto.
Muchos
le creyeron.
En la
actualidad, la Iglesia Afeitadora de Saint Gillette aboga por la rasuración
masiva y clama por el regreso de Dios.
Yo,
consciente de aquella necesidad, he considerado afeitarme varias veces, por
estos días.
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