El acto es simple.
Al alcance de cualquiera, me refiero.
Sin darte cuenta, incluso, lo haces.
Tan simple que a veces ni siquiera te percatas.
Tan simple que a veces olvidas hasta el nombre.
Tan simple que a veces lo sueñas y lo olvidas de inmediato.
En ocasiones, incluso, no se deja ni pensar.
Y el acto se escapa de las manos y se esconde en los rincones.
Y se queda ahí por un tiempo hasta volver, sin saber cómo, a nuestros
propios rincones.
Y uno se siente más grande, o más profundo, cuando lo encuentra ahí
otra vez.
Aunque también es cierto: el acto sigue siendo simple.
Tanto que hasta lo desechamos, a veces, ante otros más complejos.
Y evadimos el acto llamado a nacer.
Y cubrimos la semilla mientras cae la lluvia.
Y nos sentimos maduros e importantes y hasta elegimos las palabras para
ordenar nuestro mensaje.
No sé si se entiende, decimos.
Y volvemos a vagar por ahí con la acción esa en el fondo de un bolso.
Se enreda así con llaves olvidadas.
Y a veces por el sonido… y a veces por sorpresa simplemente…
Y las llaves sirven para encontrar otros momentos.
Y a veces el corazón se agita de sorpresa por una leve acción que creímos
olvidada.
No sé si se entiende,
decimos.
Pero entender no siempre es necesario.
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