domingo, 6 de julio de 2014

Romper la piñata.



Hasta los padres de los invitados tratan de mamón a Martín porque no quiere romper la piñata.

Lo intentan convencer y hasta lo obligan un poquito.

El papá le toma una mano y le indica una y otra vez cómo debe romperla.

La mamá le dice que comprarán otra, pero que piense en los otros niños.

Martín llora bajo la piñata, como un planeta quieto, bajo el sol.

Mirar la escena resulta incómodo.

El papá dice entonces que no la golpearán, pero abrirán la base, para que caigan los dulces.

Martín llora porque también eso es romperla.

La mamá se lleva a Martin para hablarle lejos de los otros niños.

Los adultos tratan de mostrarse alegres, ante la situación.

Algunos, incluso, comentan que es mejor que no la rompan… que regrese Martín… que celebre su cumpleaños.

Los otros niños aún no sueltan la bolsa para atrapar los dulces.

Decir algo… cualquier cosa… también resulta incómodo.

Y es que la situación podría ser hasta tierna, pero resulta que Martín no es bueno.

Hace diez minutos pateó al gato y no se niega a romper la piñata por algún afecto especial…

De hecho, la piñata tiene la forma de un regalo, simplemente.

Nadie es bueno, por cierto, en esta fiesta.

Yo mismo, por ejemplo, interpreto que Martín fue involuntariamente empático con la piñata, y se imaginó pegándose a sí mismo, y fue cobarde…

Es decir, no soy bueno porque me molesto con Martín, y lo pienso mamón, egoísta y cobarde…

Una tía de Martín me dice entonces que sea proactivo y que haga figuras con los globos, o diga algo chistoso… que para eso me pagan.

Así, obedientemente, comienzo a inflar globos e intento hacer figuras.

Nadie me toma muy en cuenta.

En tanto, miro la piñata como si fuese un reloj, para calcular mi salida.

Me quedo como hipnotizado, incluso, mirándola.

Finalmente, un niño me patea una canilla, para que me apure con su globo.

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