viernes, 25 de julio de 2014

Lo dejé sonar.



Sonó el teléfono y no contesté.

Lo dejé sonar.

Luego que se detuvo me decidí a contestar, pero solo había un pito.

Me quedé largo rato escuchando el pito.

Luego de unos minutos el pito cesó.

En vez de colgar, seguí con el auricular en mi oído.

No sé bien por qué, pero no quería ir a hacer otra cosa.

Entonces, de improviso, me pareció oír un ruido al otro lado de la línea.

Escuché con atención.

Era cierto: había un ruido.

Pregunté quién era.

Una voz me contestó que era la operadora.

Yo pensé que eso no existía, que solo salía en las películas.

Se lo dije.

La voz se rio.

Luego me dijo que del amor se pensaba lo mismo.

Yo no me reí.

Entonces me preguntó si quería que me comunicara con alguien.

Yo dije que no.

Nos quedamos en silencio.

La escuché sorber un líquido.

Le pregunté qué tomaba.

Ella me dijo que tomaba un té, en una taza blanca.

A mí me dieron ganas de té.

La voz pareció entender pues me dijo que si quería me hiciera uno, que ella esperaba.

Era una situación extraña, pero accedí.

Preparé té verde con durazno.

Volví a tomar el fono.

Es decir, con una mano tomaba el fono y con la otra sujetaba el té.

De vez en cuando se oía cómo sorbíamos el té.

Minutos después la voz me preguntó si había terminado.

Yo le dije que sí, pues justamente había bebido el último sorbo.

La voz me dijo que ella también.

Nos despedimos de forma sencilla.

No hablamos nada más.

Me quedé mirando el teléfono mucho tiempo.

Luego me fui a acostar.

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