Soñé que era Harry Potter.
Igual que en esas escenas de la película donde
juega quidditch volando sobre una escoba.
Y claro, yo volaba libre en medio del partido
buscando la snitch dorada.
Así, como esa bola era rápida, tenía que ir yo también
a gran velocidad, intentando anticiparme a sus movimientos.
De pronto, tras varios fracasos, hago un movimiento
rápido y la atrapo con mi mano derecha.
El estadio entero grita de asombro y aplaude.
Era una sensación incómoda, dicho sea de paso.
Entonces, se acerca una especie de juez, y me pide
que le enseñe la snitch dorada.
Yo abro la mano y descubro que no había atrapado
aquella bola.
En cambio, descubro que en mi mano se encuentra un
colibrí, aparentemente muerto.
El juez hace un gesto y me expulsa del campo.
El público está en silencio mientras salgo.
Se escuchan algunos abucheos.
Me retiro a un lugar solitario, con el colibrí aún
en mi mano.
Bajo de la escoba y tiendo al colibrí sobre el
pasto.
Inquieto, intento algo de magia, pero solo consigo desesperarme
frente al cuerpo del colibrí.
Ya no soy Harry Potter.
El colibrí está sobre una mesa y yo busco en mi
biblioteca un libro que me ayude a salvarle la vida.
Sigo buscando a pesar de que sé que no hay nada.
Sigo buscando a pesar que ya sé que se trata de un
sueño.
Despierto.
Un sueño muy angustiante, por cierto. A veces el entusiasmo no es suficiente como para acercarnos a la meta, a veces la meta misma resulta ser al final un fiasco. La paradoja de nuestro deseo frente a la realidad suele doler e inquietar bastante. Soy de la idea que nunca debemos dejar que se nos mueran ni el entusiasmo ni las metas.
ResponderEliminarUn abrazo