jueves, 3 de julio de 2014

Soñé que era Harry Potter.



Soñé que era Harry Potter.

Igual que en esas escenas de la película donde juega quidditch volando sobre una escoba.

Y claro, yo volaba libre en medio del partido buscando la snitch dorada.

Así, como esa bola era rápida, tenía que ir yo también a gran velocidad, intentando anticiparme a sus movimientos.

De pronto, tras varios fracasos, hago un movimiento rápido y la atrapo con mi mano derecha.

El estadio entero grita de asombro y aplaude.

Era una sensación incómoda, dicho sea de paso.

Entonces, se acerca una especie de juez, y me pide que le enseñe la snitch dorada.

Yo abro la mano y descubro que no había atrapado aquella bola.

En cambio, descubro que en mi mano se encuentra un colibrí, aparentemente muerto.

El juez hace un gesto y me expulsa del campo.

El público está en silencio mientras salgo.

Se escuchan algunos abucheos.

Me retiro a un lugar solitario, con el colibrí aún en mi mano.

Bajo de la escoba y tiendo al colibrí sobre el pasto.

Inquieto, intento algo de magia, pero solo consigo desesperarme frente al cuerpo del colibrí.

Pasan unos minutos.

Ya no soy Harry Potter.

El colibrí está sobre una mesa y yo busco en mi biblioteca un libro que me ayude a salvarle la vida.

Sigo buscando a pesar de que sé que no hay nada.

Sigo buscando a pesar que ya sé que se trata de un sueño.

El colibrí está muerto, me digo.

Despierto.

1 comentario:

  1. Un sueño muy angustiante, por cierto. A veces el entusiasmo no es suficiente como para acercarnos a la meta, a veces la meta misma resulta ser al final un fiasco. La paradoja de nuestro deseo frente a la realidad suele doler e inquietar bastante. Soy de la idea que nunca debemos dejar que se nos mueran ni el entusiasmo ni las metas.
    Un abrazo

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