Hasta los padres de los invitados tratan de mamón a Martín porque no quiere romper
la piñata.
Lo intentan convencer y hasta lo obligan un
poquito.
El papá le toma una mano y le indica una y otra vez
cómo debe romperla.
La mamá le dice que comprarán otra, pero que piense
en los otros niños.
Martín llora bajo la piñata, como un planeta
quieto, bajo el sol.
Mirar la escena resulta incómodo.
El papá dice entonces que no la golpearán, pero
abrirán la base, para que caigan los dulces.
Martín llora porque también eso es romperla.
La mamá se lleva a Martin para hablarle lejos de
los otros niños.
Los adultos tratan de mostrarse alegres, ante la
situación.
Algunos, incluso, comentan que es mejor que no la
rompan… que regrese Martín… que celebre su cumpleaños.
Los otros niños aún no sueltan la bolsa para
atrapar los dulces.
Decir algo… cualquier cosa… también resulta
incómodo.
Y es que la situación podría ser hasta tierna, pero
resulta que Martín no es bueno.
Hace diez minutos pateó al gato y no se niega a
romper la piñata por algún afecto especial…
De hecho, la piñata tiene la forma de un regalo,
simplemente.
Nadie es bueno, por cierto, en esta fiesta.
Yo mismo, por ejemplo, interpreto que Martín fue
involuntariamente empático con la piñata, y se imaginó pegándose a sí mismo, y
fue cobarde…
Es decir, no soy bueno porque me molesto con
Martín, y lo pienso mamón, egoísta y cobarde…
Una tía de Martín me dice entonces que sea
proactivo y que haga figuras con los globos, o diga algo chistoso… que para eso
me pagan.
Así, obedientemente, comienzo a inflar globos e
intento hacer figuras.
Nadie me toma muy en cuenta.
En tanto, miro la piñata como si fuese un reloj,
para calcular mi salida.
Me quedo como hipnotizado, incluso, mirándola.
Finalmente, un niño me patea una canilla, para que
me apure con su globo.
Todos llevamos latente esa semilla de maldad...
ResponderEliminar