Un día descubrí que podía
mirar una piedra hasta dejar de verla.
Fue de pura casualidad, es cierto,
pero ocurrió de forma tan rotunda
que comencé ese mismo día
a escribir un gran listado de mis superpoderes.
Nunca supe, sin embargo,
si el dejar de verla
era el resultado de un poder de desaparición
u otro tipo de poder que operaba en mí,
hasta disolver la piedra vista.
Para averiguarlo, entonces,
intenté realizar otros actos similares.
Probé con nubes,
con objetos pequeños
y hasta con el gato de un vecino
que se pasa siempre hasta mi casa…
Y claro…
nada de ello se resistía a desaparecer
y cada uno de mis experimentos
arrojaba resultados positivos.
De esta forma, gracias a aquello,
pude fijarme poco a poco
cómo operaba el procedimiento.
Concluí así, que el objeto o ser objetivo
nunca desaparecía ni cambiaba de lugar,
sino más bien se hacía parte de la realidad
desvaneciéndose únicamente -por decirlo de algún modo-,
todos aquellos márgenes que permitían diferenciarlo
de alguna otra cosa o elemento
presente en el paisaje.
Por lo mismo, comencé poco a poco a cuestionar
la catalogación de aquella cualidad mía
como un superpoder.
Así, finalmente, tras largas elucubraciones,
decidí borrar de mi lista de superpoderes
aquello relativo a las desapariciones anteriores,
con lo que mi lista se redujo nuevamente
a la página en blanco.
¡Qué alivio no cargar
con esas responsabilidades!
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