En el almacén todos comentan que encontraron una
nariz en plena calle. Tal como suena, una nariz humana, cortada, arrojada sobre
el pavimento. Un poco desarmada quizá pues quién sabe cuánto tiempo estuvo ahí
y tal vez alguien la pisó sin percatarse de qué era.
Ante el hecho, según cuentan, llegó la policía y
hasta un reportero de un canal de televisión por cable quien interrogó a varios
vecinos.
Nadie sabía a quién podría haber pertenecido la
nariz, anteriormente.
Fue así que horas después de escuchado el rumor,
mientras ordenaba la biblioteca, comencé a barajar la posibilidad de que
aquella nariz hubiese sido la mía.
¿Y si me
robaron la nariz?, me dije. ¿Y si me
robaron los olores del mundo…?
¿No es acaso
como si hubiesen robado mi derecho a la totalidad del mundo…?
Contado ahora suena un poco absurdo, es cierto,
pero de tanto pensar, durante la tarde, realmente me sentí angustiado con
aquella posibilidad.
Y es que si bien yo contaba, sin duda, con una
nariz, comencé a pensar que tal vez la nariz que yo portaba no era realmente la
mía… y que alguien me la había cambiado… y arrojado sobre el pavimento.
Con esa idea, me miré al espejo largo rato. Algo no
me convencía.
Esta nariz no
es la mía, me decía. Mi nariz era
grande también, como esta, pero tenía un puntito rojo, en la punta. Esta no es
mi nariz… Yo conocía el olor del mundo…
Salí a la calle para ver si alguien la portaba…
Tenía un poco de fiebre, es cierto… y estaba un poco bebido… pero todo me
parecía profundamente cierto.
Según mi lógica, el que tuviera puesta mi nariz la
estaría aprovechando… es decir, estaría aspirando profundamente y oliendo
aquello que lo rodeaba…
Miré caras, busqué expresiones… estuve a punto de
acusar a alguien.
Finalmente volví a casa.
Intenté calmarme.
Razonar.
Entonces llegó ella. No mi nariz sino una chica con
quien debía juntarme hoy y había olvidado. La invité a pasar. Intenté evitar el
tema. Le dije que había sido un día tranquilo, nada más.
Ella observa la biblioteca.
Ella no tiene olor.
No es su
culpa, me digo. Robaron mi nariz. El
mundo entero no tiene aroma.
Debo estar comportándome extraño pues ella me
pregunta varias veces qué me pasa.
Por un momento pienso en contarle, pero este no es un
buen momento.
Me convenzo que no es un buen momento.
Intento nuevamente tranquilizarme.
Busco otros temas.
En vez de ayudarme, ella comienza a oler algunos de
mis libros.
Es decir, los saca de su lugar y los huele.
Yo me pongo nervioso.
Le digo que vuelva a dejarlos donde estaban.
Ella comenta algo, incómoda.
Ella no tiene olor.
Mi nariz no
es esta, me digo.
Mi nariz tenía un punto rojo, en la punta. Un punto
chistoso y raro que apareció porque sí hace algunos años.
Comienzo a sospechar de la chica.
No recuerdo bien, pero creo que le dije algo.
Algo desagradable, claro.
Ella me pregunta entonces si debe irse.
Yo quiero decirle que el mundo me huele extraño, o
que no me huele… quiero explicarle, pero de pronto no sé.
Tal vez sea mejor que se vaya.
Me quedo en silencio.
Así, en medio del silencio, de improviso… siento
olor a gas.
Debe ser de
la cocina, me digo.
Más tarde,
cuando ella se vaya, iré a verlo.
Una vez vi por la calle un hombre sin nariz -anécdota totalmente cierta- llevaba las fosas al aire y todo el apéndice nasal extirpado. Fue impresionante.
ResponderEliminarTal vez esa era la nariz que había perdido!
=)
Tal vez después de haber tomado los libros para olisquearlos, ella se dio cuenta de que había sido impertinente. Pero ya era demasiado tarde. Entonces también se puso nerviosa, pero no se arrepintió
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