No hay relojes malos.
No hay relojes con la hora equivocada.
Todos están bien, en algún
sitio.
Pero claro: hay que encontrar aquel sitio.
Moverse rápido.
Anticiparse casi.
Todo para que en aquel lugar el tiempo permita aún habilitar nuestros
relojes.
Revivirlos.
Hacerlos útiles, me refiero, aunque sea un instante.
Cuenta así, por ejemplo, un jardinero en Giverny, que encontraron
cientos de relojes en el fondo de un estanque.
Todos funcionando.
Todos con una hora que debía ser correcta en algún sitio.
Pero claro… no le dieron importancia a aquel descubrimiento y hoy los
relojes siguen andando en un Museo que nadie visita.
Yo los vi una vez, hace mucho, y me arrepiento hoy de no haber
intentado rescatarlos.
Me arrepiento de no haber buscado el sitio aquel donde esos relojes
funcionasen.
Me arrepiento de haberlos dejado así, suspendidos bajo un vidrio, como
cientos de pequeñas Blancanieves mecánicas…
Y es que hoy veía fotos.
Hoy recordaba algunas cosas.
Hoy me parecía escuchar casi, esos cientos de relojes palpitando, como pequeñas
vidas despojadas de vida.
Permítanme entonces, al menos, lamentarme:
¡Pobres relojes del fondo de un estanque…!
¡Pobre estanque, incluso, despojado de sus relojes…!
¡Pobre y errado jardinero de Giverny…!
Todos en el sitio equivocado, a fin de cuentas.
Todos sin culpa en todo esto.
Todos en el sitio equivocado.
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