Está difícil escribir con influenza. Pero hace unos días encontré unos viejos disquettes. Con más de 15 o 17 años de antigüedad a veces me desconozco en algunos escritos. Todo está desconfigurado, en bloc de notas. Intento arreglar la presentación, pero con influenza igual cuesta. Me duele la espalda y tengo un poco de fiebre. Si bien mi compromiso es escribir un texto al día, acá en el blog, siento que este cuenta porque lo reescribo.
MANCHAS EN
LOS MUROS.
Como entré en la
habitación borracho y las luces no funcionaban desde el martes tuve que esperar
la mañana para darme cuenta del estado en que se encontraban las paredes.
¡ROBERTO HIJO DE
PUTA!
¡VETE A LA MIERDA!
¡ROBERTO COME
MIERDA!
Con la resaca
apenas podía fijarme en todas las frases y mucho menos entenderlas. Todo lo
demás parecía en orden: la ropa sobre los sillones, las botellas de cerveza, el
vómito ya seco de Andrés en la orilla del sofá. De tanto pensar me dieron ganas
de cagar. Entré al baño. Lo único intacto era el espejo. A esa hora de la
mañana siempre que cagaba me llegaba la luz por la ventana, y el calor siempre
me hacía concentrar hasta el punto de saber el momento exacto en el que la
mierda choca con el agua y te salpica. Mientras la luz me llegaba en los ojos
pude ver la gran frase, la gran puta de las frases:
¡ROBERTO CÁGATE A
TI MISMO!
Estaba escrito de
un lado a otro del baño, con una letra demasiado pareja como para haber sido
escrito con verdadero odio: era como una conclusión, una sentencia.
No sé cuánto tiempo estuve
ahí mirando. Cuando caí en cuenta el sol ya no molestaba y la mierda se me
había secado en el culo. Pero ¿quién chucha era Roberto...?
Si bien no lo recordaba con exactitud no podía haber estado afuera más de dos días, o uno. El dinero no me hubiera alcanzado para tanto y hubiese vuelto por la botella que tenía en el fregadero.
Si bien no lo recordaba con exactitud no podía haber estado afuera más de dos días, o uno. El dinero no me hubiera alcanzado para tanto y hubiese vuelto por la botella que tenía en el fregadero.
Intenté pensar. Fui por
ella: junto a los vidrios y la mancha en el piso otra de las frases:
¡ROBERTO PUTO
BORRACHO!
Exploté. Si hubiese tenido
platos los hubiera arrojado. Arrastré el sillón hasta la ventana pero no cabía
por ella
¡Roberto
hijo de puta! Grité. Y la gente en las veredas me miraba. Tres que tomaban cervezas
en la esquina apenas se rieron. Debían de estar heladas. ¡Roberto! Grité. Uno de ellos me miraba. Ese debía ser Roberto,
pensé. ¡Roberto, ven aquí a que te dé por
el culo! Le lancé hacia abajo.
Se rieron. Dos de los tipos
empujaban al otro que dudaba en venir hasta mi piso ¡Qué pasa Roberto! ¡¿Te cagaste?! ¡Sube hijo de puta! El tipo
me arrojó la botella, pero dio en el piso de abajo. ¡No te queda cerveza, Roberto, ve a pedirle a la puta de tu madre! ¡Qué
se saque una botella del culo! Le dije. Y me encerré en el cuarto.
No sé cuanto pasó hasta que
en la puerta retumbaron los golpes, pero cuando abrí los ojos, el sol estaba
pegando de nuevo. Pensé que era la vieja que venía a cobrar la quincena y
esperé a que se fuera. Los golpes cesaron. Pero algo me hacía pensar que la
vieja seguía allí. Me acerqué a la puerta, pero no tenía por donde mirar. En la
puerta también me recordaban que Roberto era un puto, pero ahora no importaba.
“Roberto”, escuché. Era
una voz suave.
“Roberto”, repitió.
La voz me pareció hermosa. Era imposible que se tratara
de la vieja del dinero.
“Ayer te esperé hasta las cuatro”, me dijo, “si estás ahí dime algo...”.
“Ayer te esperé hasta las cuatro”, me dijo, “si estás ahí dime algo...”.
“Estoy
aquí”, le dije.
No sé por qué lo dije.
Su voz me producía una
sensación extraña, era una voz amable, como una letra bien cuidada, pareja,
como la de la frase del baño, aunque incapaz de pronunciar aquellas palabras.
Siguió: “No sé qué te traes a veces, Roberto. Yo misma te he visto tomar bajo
las escalas cuando dices que vas con tus amigos, pero no te he dicho nada...”
“Creo
que me confunde señorita”, le dije. “Yo
vivo aquí hace al menos un año y cuando tomo... bueno a veces tomo solo, pero
no recuerdo...”
“No
te engañes, Roberto, sé que estás ahí... y sé que me amas, Roberto....” Se escucharon
sollozos.
“No
quiero engañarla señorita, yo no soy Roberto, y escuchar llorar a una mujer,
digamos, no es algo que me produzca algo agradable, sabe... debo ordenar todo
aquí y estoy seguro que usted, bueno, que usted debe ser hermosa y puede buscar
a otro... es decir, si puede confundirme con Roberto quiere decir que ese tipo
no vale la pena para nada”.
“Tú
sabes que juntos a veces valemos algo, Roberto... tú sabes...”.
“No
insista, señorita, será mejor que se vaya, yo tengo que limpiar todo esto y
conseguir algún dinero... ¿me escucha…?”
Afuera parecía haber
irrumpido un vacío y creo que hasta el viento habría sonado en los pasillos si
hubiese puesto mi oído en la puerta. Más tarde quise levantarme y vi que había
algo bajo la puerta. Era un billete de dos mil. Volví a cagar al baño. Algo no
funcionaba. En el billete había un mensaje con lápiz labial “Aún te amo Roberto”, decía. Me desesperé cuando descubrí que la mierda no
caía. Amuñé el billete y lo arrojé al espejo. Se veía tan limpio que parecía
una mancha en el baño.
Caga tranquilo, caga sin pena... pero no te olvides de tirar la cadena
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