Alguna vez quise ser mago.
No por los trucos.
No por el engaño.
No por la admiración ni por el aplauso.
Quería serlo simplemente por ser otro.
Otro que podía desaparecer cuando quisiese.
O hacer desaparecer al mundo.
Olvidé, sin embargo, en el proceso, varias cosas.
Olvidé por ejemplo que la magia confunde.
Olvidé que uno casi siempre sigue siendo el mismo.
Y olvidé que de tanto aparecer y desaparecer a veces extraviamos cosas.
Así, de tanto aparecer y desaparecer, hoy creo que me dejé el corazón
en otro sitio.
No sé si a resguardo o simplemente perdido.
Pero sé que ocurrió y que a veces trato de no pensar en aquello.
Igual como me niego a pensar, también, en varias otras cosas.
No es algo sano, por supuesto.
Y hasta en el fondo es triste.
No existir, me refiero, prácticamente.
Pero cuesta permanecer de pie, entre los otros, con el corazón
expuesto.
Con todo, es lo que hay que hacer, de eso no hay duda.
Quizá por eso aún permanezco escribiendo acá, aunque hoy divague.
Porque me permito aparecer realmente y luego tratar de aparecer, durante
el día.
Suena cobarde, pero es difícil.
Ustedes lo saben.
El mundo no es tan bello como podría.
Y hasta la gente que más amamos se equivoca.
No quiero hacer daño.
No quiero aparecer en el sitio equivocado.
No quiero intentar sacar pañuelos y encontrar nada.
Y es que a veces aspiro hablar al interior de otro
apenas,
como un escritor muerto.
No es que me crea grandioso.
Ni trascendente.
Ni especial.
Mi único valor, intento, es estar aquí en este texto, cada día.
Por si dudan de algo, y de alguna forma me necesitan.
Puedo ser confiable en ese sentido.
En otros debo corregir infinidad de cosas.
También estoy en eso, por si les interesa.
Un abrazo grande, a quien lo necesite.
Y creo que todos, de alguna forma, lo necesitamos.
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