Uno de mis vecinos trabaja paseando perros.
Compró unas correas especiales y hace turnos en los que se encarga de
pasear al menos diez.
A veces lo encuentro en la plaza o caminando por calles cercanas.
Siempre avanza al mismo ritmo y con una expresión serena.
No parece desagradarle su trabajo.
Un día nos topamos en una vereda y nos saludamos.
Su expresión no era tan tranquila como de costumbre.
-Uno de los perros habla –me dice-. Necesito que me ayudes a ver cuál
es.
Yo pienso que está bromeando, pero le sigo el juego.
-Finge que hablamos otra cosa y permanece atento… -me dice.
Yo lo hago.
Sin fe.
A los minutos, sin embargo, descubro que no es broma, pues escucho
claramente a un pekinés decir algo sobre el tiempo.
-Parece que va a llover –escuché decir al perro.
Entonces, a punto de avisar a mi vecino, me permito levantar la vista y
mirar el cielo, para ver si la impresión es cierta…
Y claro… justo entonces me llega una gota, en la frente.
Luego llegó otra.
Y bueno… se me olvidó todo, salvo esas pequeñas gotas.
Mi vecino debe haber esperado un poco y luego simplemente se fue.
Yo, en tanto, me quedé ahí, justo bajo una tercera y una cuarta gota…
maravillado.
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