Estoy en un bar y un hombre, a un costado, cuenta
una historia.
La historia es de él y su esposa.
Y bueno… yo pido una cerveza grande pues la
historia promete ser buena.
Entonces, el hombre cuenta que, a modo de juego, siempre
que su esposa se dormía, él le ponía en el ombligo unas pelusas acrílicas
azules, sacadas del relleno de una vieja chaqueta impermeable.
La historia suena chistosa hasta que el hombre
señala que dicha broma la realizó por años, aunque de forma esporádica, y que
al menos en tres ocasiones la mujer fue a ver un especialista, pues él no le
decía nada al respecto.
-Ya ni siquiera me daba risa –dice el hombre-, pero
aquello era casi un rito que yo sentía debía mantenerse…
Así, la mujer fue sometida a varios exámenes que no
parecían arrojar luces sobre una posible causa.
Finalmente, un doctor extranjero, que además
trabajaba en una fábrica de remedios, se llevó unas hebras de aquellas pelusas.
-Mi esposa me contó apenas a los seis meses –dice el
hombre-. Imagínense… seis meses en que ella piensa que está ocurriendo algo mal…
Seis meses en que no te dice nada al respecto… Seis meses hasta que un doctor
extranjero te aclara que esas pelusas no las produce tu cuerpo.. que todo está
bien… que no es necesario asustarse…
-¿Y qué pensaba ella que ocurría? –le pregunta otro
tipo.
-Pues realmente no sé… quizá hasta pensara que era
como una especie de muñeco relleno… Lo cierto es que nunca lo hablamos
directamente…
-Pero ¿le contaste al menos cuando pasó el tiempo?
-No. Pensé en hacerlo, pero finalmente no lo hice…
quizá podía comprender mal.
-¿Comprender mal?
-Sí, o sea… puede sonar raro… pero para mí aquello
era un gesto importante…
Entonces, el hombre explica que más allá de ser
una broma molesta, el poner aquello en
el ombligo de su esposa requería varias atenciones…
-Debía esperar a que se durmiese… aprender sus
gestos de sueño profundo… era todo un rito… Un rito delicado, incluso.
-¿Y cómo terminó aquello? –preguntó el otro hombre.
-Mmm… no sé bien… Fue entonces que yo me vine a
Santiago y ella se quedó en Conce… No nos vemos casi nunca…
-Ah… -dice el otro.
Así, mientras termino mi cerveza, quedo atento a un
posible final de aquella conversación, pero no hay indicio de que aquel final
exista.
Y claro, como soy honesto, no piense usted que voy
a inventármelo.
Las cosas que si se explican, pierden todo sentido.
ResponderEliminar¡Qué preciosura de blog tienes aquí!
Saludos.
Muchas Gracias.
ResponderEliminarSaludos.
Como yo no soy tan honesta, me invento que ella extraña su pelusa, porque efectivamente pensó que era una muñeca rellena y le hubiese gustado seguir estando rota
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