“Quiero hablarles del día a día.
De pequeñas penurias.
De dificultades cotidianas.
Porque ahí está la clave”.
David Foster Wallace
El día a día.
Tiene razón Foster Wallace cuando señala que ahí está la clave.
Tan sencillo y tan cursi que solemos pasarlo por alto y buscar cosas
trascendentes.
Así, erramos hablando de la verdad y del ser y hasta del intelecto.
Golpeamos puertas únicamente para encerrarnos en otros sitios.
Y abrimos, intranquilos, conceptos equivocados.
Todo porque desconfiamos de la verdad sencilla del día a día.
O porque no sabemos mantenerla a flote en nuestra conciencia diaria.
Hablo, por cierto, de la verdad que te lleva a buscar el zapato perdido.
O a encorvarte incluso para tantear a medias debajo la cama.
Cepillar los dientes, planchar la camisa, sacar la basura.
Manejar o esperar colectivo en horario punta.
No tener sencillo para pagar el pan.
Simplemente hablo de esas cosas.
De la verdad de la vida antes de la muerte, en resumen.
Ese es el misterio que me interesa comprender.
Porque es fácil hacerlo sin pensar y quejándose y en cuenta regresiva.
Porque es mentira que el ateísmo
exista en las trincheras del día a día de la vida adulta.
Por eso tenía razón Foster Wallace.
Porque hay que saber elegir en qué creer.
Y sí… quiero creer que es mentira que se mató, que apostó mal, que lo
traicionamos.
Porque soy responsable de mantener en alto la fe de aquel que cree en
la humanidad.
Responsable en el día a día.
No en un gran discurso, ni en una gran novela ni menos en un pequeño
blog.
Yo hablo del día a día.
Ese es el compromiso.
Amén.
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