Suena un poco como el pepito paga doble de los egipcios. Me refiero al truco ese de dejar
un faraón hueco al lado del original, y hasta una serie de momias falsas –se calcula
que una de cada tres no contiene un cuerpo-, al interior de las tumbas y
pirámides.
Así se descubrió al menos tras exponer a rayos x
una serie de vestigios que revelaron que ciertos cuerpos vendados, eran formas
vacías que nunca contuvieron en su interior cuerpo alguno.
El descubrimiento es viejo, por cierto. Tanto que
los expertos llevan décadas formulando hipótesis que intentan explicar las
razones de estas formas, sin lograr consenso.
Con todo, algo en que sí se logra acuerdo es que,
al menos en la época en que fueron creadas, no había forma de distinguir qué
momias eran falsas y cuáles verdaderas, por lo que se supone que estaban
llamadas a producir un engaño en algún tipo de espectador, ya fuese este terrenal
o divino.
Con todo, existen ciertos escritos encontrados que
dan pie a una de las hipótesis que me resulta más atractiva. La explicación se
la debo, por cierto –como tantas otras cosas-, a un discurso de Otto Wingarden,
pronunciado en la UNAM durante un congreso realizado a fines de los años noventa,
sobre filosofía de la educación.
Y es que en esa oportunidad, Wingarden hizo
referencia a estas momias falsas, señalando que estas eran recipientes donde se
encontraba, supuestamente, el hombre que debió ser el muerto. Es decir, estaban
vacías para representar que en cierto momento nos alejamos –a través de
decisiones o ciertas conductas asociadas a estas-, de quienes estábamos
llamados a ser.
Es un pensamiento un tanto cursi, obviamente,
además que supone la existencia de una sola opción respecto a lo que debemos
ser, y no ofrece una gama de posibilidades respecto a otros posibles yo que
nuestras decisiones hubiesen transformado –lo que se hubiese traducido en la
cuestión impracticable de un sinnúmero de momias falsas en torno a la momia
verdadera-. Más allá de estos reparos, sin embargo, dicha hipótesis tiene algo
que me agrada y que se traduce en un sueño que tengo recurrentemente.
Y es que en dicho sueño, suelo encontrarme con una
especie de momia falsa… Es decir, creo despertarme del sueño y tras mirar a un
costado, en la cama, veo otro yo, abandonado, como si fueran ropas en una
percha.
Puede parecer un sueño algo terrorífico, quizá, pero
no hay nada más ajeno a aquello que esa experiencia. De hecho, es la
tranquilidad la que me lleva, en el mismo sueño, a voltearme y esperar que ese
otro yo, abandonado, se desvanezca y solo deba ser sacudido como migas que han
caído en la cama.
Por último, respecto a ese mismo sueño, debo
confesar que en una sola oportunidad ese sueño me resultó aterrador. Y es que
una noche, tras dale la espalda a esa cáscara mía, pensé que quizá ese era el
yo verdadero, y que el que seguía soñando era el yo realmente desechado.
¿Se imaginan…? ¿Ser uno mismo la momia falsa?
¡Ese sí que sería truco…!
Algo así como una desaparición de mago, para cerrar la escena.
Lo leí anoche. Luego tuve un sueño parecido al que describes, lo que me hizo pensar en lo sugestionable que soy... Después soñé con un tigre domesticado... que extraño
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