No hay hoteles baratos en Santiago.
No los hay y por eso el sueño de andar en tránsito,
de no pertenecer, se hace difícil de seguir.
A lo más, arriendas algo pequeño por un mes.
Pero en un mes ya te asientas y hasta pones una
repisa con algunos de tus libros a un costado de la cama.
Y claro… pequeña o no, pero eso ya es sin duda
biblioteca.
Así, resulta que de pronto pagas por el segundo mes y
te ofrecen la posibilidad de un contrato.
Entonces, llevas otros libros y poco a poco te vas
construyendo algo así como un ancla.
Así, sucede que no te das cuenta y de un momento a
otro el moverte se hace más difícil.
Y si a dos casas de distancia existe una gran botillería,
es posible que incluso te olvides que estabas de paso.
Y así es como sucede, por si no te das cuenta.
(O si prefieres, esta vez, no darte cuenta).
Me refiero a que a veces lo intentas.
Comienzas a guardar libros, incluso, pero el peso te ahuyenta.
Así, te encariñas con una planta o te acostumbras con
una mujer.
¡Y date por muerto si un gato te visita de vez en
cuando!
No hay caso…
La única solución serían los hoteles baratos.
Pero hasta el corazón te dice que no importa, que no
alegues.
¡Vaya uno a escucharlo…!
Y es que nada nunca es una opción.
Nunca compres cenicero...
Duerme de vez en cuando en una plaza...
Y claro… finalmente… vuelve a aquella pieza y quémala
un poquito.
Solo un poquito, nada más.
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