Leo un cuento de la Highsmith sobre un hombre que
escribía libros en su cabeza.
Buen cuento, por cierto.
Palabra por palabra los escribía hasta completar 14
novelas y 127 personajes.
Y claro… la Highsmith hablaba también sobre los
sueños, la familia y lo absurdo que podía parecer la labor de aquel personaje.
Entre otras cosas.
Lo peligroso del caso es que yo conocí a aquel
hombre.
Y no lo digo a modo de metáfora, sino refiriéndome
a una entrevista que realicé para una asignatura en mi último año de universidad.
El hombre era Estadounidense y tuvimos una
conversación telefónica de unos pocos minutos.
Durante ese rato, sin embargo, -por mínimo que
fuera-, él me contó que había terminado su decimocuarta novela y que en cada
una de ellas utilizaba siempre 9 personajes.
Por otro lado, el hombre confesó que ya no quería escribir más y que solo se dedicaría a
corregir ciertos detalles en sus creaciones.
Con todo, tras leer el cuento de la Highsmith me
fijo en una de las pocas diferencias con algunos elementos de las obras creadas,
y el mundo real.
Y es que la suma de los personajes me da claramente
126, y no 127 como aparece en el cuento de la Highsmith.
Entonces, justo a las 3 de la madrugada, mientras
escribía otro texto, comencé a asustarme en serio respecto a que yo pueda ser
el personaje 127.
Puede que sea el insomnio, simplemente, o el par de
cervezas que tomé hace un rato… pero aquella sensación me llevó a buscar los
datos de aquel hombre a quien llamé por teléfono hace más de 10 años.
Y bueno… en una agenda vieja, tras una hora de
búsqueda, encontré sus datos.
Justo entonces, mientras me decidía a marcar, me di
cuenta que aquel número no tenía el código para Estados Unidos.
Por último, mientras buscaba el código, volví a
mirar el número en la agenda y podría jurar que era el de mi propio teléfono,
en ese entonces.
No sé si me entiende.
A ver…
¿Le gusta a usted, querido lector, el número 127…?
¿No sabe…?
Pues déjeme decirle una cosa:
Yo creo que le viene bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario