“Siempre que escribo como el culo
y me niego a corregir
comienzan a haber temblores.
Quizá por eso, concluyo,
Chile es un país telúrico”.
V.
Un perro se muerde una pata hasta hacerse sangrar.
Yo lo miro e intento concluir si sabe que se trata
de sí mismo.
Entonces pasa un hombre vestido de chaquetón y
zapatos de taco.
Se parece a Paganini.
O a la versión que Kinski hace de Paganini en esa
película que nadie vio.
Eso pienso.
Pasan unos segundos.
Vuelvo a buscar al perro, pero no lo encuentro.
Mientras lo busco, una mujer de peluca me pregunta si sentí el temblor.
Yo le digo que no.
Que me distraje viendo a un perro que se mordía su propia pata.
Quizá lo hizo por el temblor,
dice la mujer.
Los perros son más sensibles que
nosotros, concluye.
Luego se va.
Pasan unos segundos.
Vuelvo a buscar al perro, pero no lo encuentro.
Por último, un escolar que esperaba colectivo me pregunta si sé qué
pata se mordió el perro.
La pata con la que se persigna,
le contesto.
Mmm, dice él, y se mete al
colectivo que acababa de parar junto a nosotros.
El colectivo se va con el estudiante dentro.
Pasan más segundos.
Vuelve a pasar el hombre que se parece a Paganini.
Yo decido pensar en otra cosa.
Justo entonces siento un pequeño temblor y veo aparecer el perro, andando
de lo más tranquilo.
Nadie diría que hace unos instantes se estaba mordiendo a sí mismo.
Comienza de esta forma otro temblor.
Y después otro.
Cuando llegue a casa voy a poner
un disco de Scott Joplin, me digo.
Voy a poner el disco, y lo voy a
escuchar dos veces.
El fin de este mundo se anuncia de distintas formas...¿o será el comienzo de otro?
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