Ella se va a España con una cámara llena de fotos.
Ya las pasó a su disco duro, en Santiago, pero
aprovecha de mirarlas durante el viaje y las primeras semanas en Madrid.
Por otro lado, en España, vuelve a traspasarlas a
disco, pero igualmente no se atreve a borrarlas de la cámara.
Apenas una, casi repetida, a las dos semanas, nada
más.
Con todo, tras pasar el tiempo, ella vuelve a mirar
las fotos.
Esta vez borra treinta, de doscientas, que guardaba
en la memoria de la cámara.
Entonces viaja a algunos otros lugares.
Conoce Barcelona, Montserrat, Tarragona.
Un día en una estación, tras mirarlas
detenidamente, borra otras veinte.
Así, de
apoco, la situación comienza a repetirse, hasta que al año, ya no le
quedan fotos antiguas en la cámara.
Ella, por cierto, está haciendo un doctorado, en
España.
Es sobre música andaluza y catalana.
No necesita ir a clases y avanza poco, pero recibe igualmente
un dinero que le alcanza para moverse a lugares cercanos, sin grandes lujos.
Así, ocurre que un día, acampando en las afueras de
un pueblo cercano a Málaga, ella comienza a cantar una canción.
Tras unos minutos, se da cuenta que es una
canción propia, y ante la falta de papel, decide grabarla –bajo formato de
video-, en la cámara donde habían estado las fotos.
La canción es delicada y hermosa, tanto que ella
misma se asombra de dicha creación.
Mientras la escucha, cae en cuenta que ya hace más
de un año que está sola, en España.
En la noche de ese mismo día borra la canción,
desde la cámara, sin haberla resguardado.
Así, cuando regresa a Chile, dos años más tarde, solo
recuerda un verso de aquella canción:
Caí en la luna y mis rodillas no se lastimaron.
Yo la escucho narrar su historia.
Ella es otra.
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