Los números nacen muertos.
Muertos como el hijo de la señora Marta.
O como el primer hermano de Van Gogh.
Todos muertos.
Con todo, la situación de los números
es la peor de todas.
Y es que la señora Marta, por ejemplo,
llora a sus hijo un par de veces al mes.
Y el hermano muerto de Vincent,
fue reemplazado por el propio pintor
exactamente un año después
del primer fallecimiento.
Por otro lado,
podría alguien alegar, incluso,
que los números nunca
estuvieron vivos, realmente,
por lo que decir que nacen
muertos
resultaría un tanto inapropiado.
Más allá de estas diferencias, sin embargo,
también es posible encontrar lazos.
Así, por ejemplo,
podemos mencionar que tal como existen personas
que acostumbran acumular números,
la señora Marta decidió guardar
el cuerpo de su hijo muerto
al interior de su propia cama,
hasta que el olor delató su presencia
a los vecinos.
Yo iba al jardín en ese entonces
y pasaba fuera del lugar
donde vivía aquella señora.
Por lo general, en ese trayecto,
debo haber llevado un cuaderno lleno de números,
esos que te hacían dibujar, como caligrafía,
sin enseñar jamás su significado.
Y claro…
tampoco hubo quién me enseñara
el porqué del comportamiento
el porqué del comportamiento
de la señora Marta.
Fue entonces que escuché a alguien
contarle a la señora Marta
la historia del hermano muerto de Van Gogh
y enfocar principalmente la posibilidad
de que un nuevo hijo viniese a reemplazar
al hijo muerto.
Fue así que comprendí,
de golpe,
al menos tres cosas:
de golpe,
al menos tres cosas:
Que los números nacen muertos.
Que son de una naturaleza distinta a la nuestra.
Y que solo sirven para contar cadáveres.
Uno, dos, tres… me dije en ese instante,
finalmente,.
finalmente,.
pero nada cambió.
Ni para bien
ni para mal.
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