jueves, 11 de julio de 2013

Wimbledon: el iluminado de la cancha 18.


Existe una leyenda en torno al torneo de Wimbledon que ha llamado mi atención.

Es un poco vaga y quizá apunta a un blanco bastante alejado del tenis, pero  la menciono de igual forma ya que resulta, al menos, llamativa.

La leyenda señala que cada año, durante uno de los partidos jugados en la cancha número 18, una persona de público es iluminada.

Lo había escuchado en alguna oportunidad, pero lo corroboré el otro día en un programa que se emitía sobre el torneo por la BBC.

En dicho programa, se contaba que la leyenda había sufrido hace al menos 25 años, y que al parecer, tenía bastantes adeptos puesto que los partidos en esa cancha –no muy importantes en el nivel del campeonato-, solían estar siempre llenos, y las localidades eran las primeras en agotarse junto con los partidos de las instancias finales.

Incluso, en el programa se mostraba una inscripción en el acceso a la cancha que hacía referencia a la leyenda, pero que advertía que la iluminación no es para cualquiera, ya que la verdad del mundo puede resultar incómoda.

Poco más se decía sobre este asunto en el programa –que se enfocaba principalmente en el triunfo de Murray en la versión de este año-, pero había una toma del público en uno de los partidos donde se hacía un recorrido por los rostros que, evidentemente –o así me pareció, al menos-, estaban ahí por algo más que el enfrentamiento entre dos deportistas.

Ahora bien, ¿fueron ellos por la verdad del mundo…? Y si así fue ¿para qué la querían? Es decir, ¿qué se hace con la verdad del mundo luego que se tiene acceso a ella?

Eso me preguntaba al repasar la leyenda… No con el sentido ese de la responsabilidad del supuesto iluminado, o sobre el deber de comunicar esa verdad a los otros… -eso, sinceramente, no tiene para mí mayor sentido-, de hecho, me lo preguntaba más bien con la sensación de que la verdad a la que se accedía no solo resulta incómoda (umcomfortable, según el anuncio), sino que es prácticamente una maldición para quien la adquiere.

Puede ser una visión negativa, es cierto, pero no digo que lo terrible sea la verdad en sí, sino la visión de todo aquello que hemos hecho sobre –y hasta en contra de-, aquella verdad.

¿Estaba usted pensando en regalarme una de esas entradas?

Pues no se moleste.

Hoy prefiero ahorrarme esa carga.

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