Trabajé en un hogar de niñas, de pequeño.
No sé bien a qué iba, pero era parte de mis
creencias.
Pocas veces entré en los dormitorios, pero una vez
Malú estaba enferma.
Y bueno… al lado de la suya, otra cama estaba sin
hacer.
Al estirar las ropas encontré un diente bajo la
almohada.
Un diente pequeñito, de otra chica.
Le pregunté a Malú, pero ella quería toda la
atención.
A mí me
faltan más dientes, me dijo. Y era cierto.
Malú tenía 4 años y decía que era mi novia.
Una vez la vi matar unos pajaritos que cuidaba otra
niña.
Pero en ese momento estaba enferma y me dijo que
ese diente no importaba.
Nadie viene
por los dientes, me dijo.
Malú tenía el pelo negro, y tenía también una hermana
dos años mayor que se llamaba Stephanie.
Esa vez tenía fiebre.
Yo debía salir de inmediato pues era mal visto que
estuviera en el dormitorio.
Malú quedó enojada, pero la saludé hartas veces más,
por la ventana.
Afuera, algunas niñas jugaban.
Las otras, habían salido con algún familiar, por el
fin de semana.
Entonces, miré a las niñas y pensé que el diente
bajo la almohada era de una de ellas.
Malú golpeaba el vidrio, para que la mirara.
Yo la saludé desde abajo y ella se rió.
Una de estas
chicas va a dejar de creer un poco más, cuando busque bajo la almohada,
pensaba.
Los dientes de ellas, en tanto, seguían creciendo y
cambiándose, quién sabe para qué.
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Brotan tus dientes.
Brotan tus creencias.
Masticas con tus dientes.
Cambias los dientes.
Cambias tus creencias.
Masticas tus creencias.
Pierdes los dientes.
Etcétera.
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