Sueño que estoy en un cine. He hecho una larga fila
y pagado mi entrada. Una vez dentro, sin embargo, descubro que la película es
pésima. De verdad pésima. Tanto que en cierto momento hago ese comentario a la
persona que está a un costado. “Esta película es pésima”, le digo. Entonces la
persona a quien hablé me señala que si bien es pésima, es pésima de gusto. Es decir voluntariamente.
-¿Qué quiere usted decir? –le pregunto entonces.
-Que esta película fue hecha expresamente pésima,
pues forma parte de un experimento –dice él.
-¿Podría explicarlo, por favor? –vuelvo a
preguntar.
-Por supuesto –responde.
Entonces, él me explica que el experimento consiste
en observar cuánta gente es capaz de abandonar la película, por ser pésima. Es
decir, cuántos son capaces de renunciar a la inversión (en este caso tiempo y
dinero) en vez de soportar el film.
-Es lo mismo que ocurre siempre –agrega-,
matrimonio, estudios, trabajo…
-Comprendo –dije.
Así, sucedió que (en el sueño, por supuesto)
comencé a fijarme en los otros asistentes en vez de mirar la película… Y claro,
todos parecían molestos con lo que veían, pero ninguno de ellos terminó
abandonando la función.
-Lo peor de todo es que no se trata solo de
proteger una inversión –comentó entonces el hombre, mientras aparecían los
créditos del film-, lo peor es que el cálculo que hacen para saber si conviene
o no salir, incluye como factor la vida que los espera afuera…
-¿Qué quiere decir?
-Que por pésima que sea la película, la vida a la
que los espectadores deben volver, tampoco les agrada demasiado –señaló.
-Mmm…
-¿No está de acuerdo…? –dijo entonces el hombre-.
¿Le molesta acaso mi afirmación?
-Pues sí… -admití-. Me resulta molesta.
-Entonces despierte –dijo él- No se haga problemas.
Y bueno… quizá me demoré un poco, pero
eso fue lo que hice.
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