“¿Y cómo voy a saber lo que pienso
si no lo he dicho todavía?”
E. M. Forster.
Me siento frente al computador y lo enciendo.
Luego de un minuto, aproximadamente, con el
computador ya encendido, busco el programa indicado y abro un documento en
blanco en el que escribo estas palabras.
Ahora bien, ¿sabía eso que hice hasta antes de
escribirlo?
Me refiero a si sabía que me senté frente al computador
y lo encendí y que busqué el programa desde el cual abrí este documento…
O más bien: ¿de qué forma sabía eso?
Pueden parecer preguntas tontas, pero apuntan a un
cuestionamiento igual de sencillo, pero un poco más trascendente: distinguir de
qué forma sabemos las cosas antes de decirlas (o escribirlas, en mi caso) y
transformarlas, a través del lenguaje, en objetos
de conocimiento. Es decir, en estructuras concretas que podemos visualizar –al
menos conceptualmente-, luego de ser nombradas.
No digo lo anterior, sin embargo, pensando en
desacreditar la experiencia… de hecho, lo que me interesa acá es valorizar aún
más nuestra propia experiencia a partir de que seamos capaces de sabernos, en ese segundo nivel que
facilita el lenguaje.
Y es que si lo pensamos de esa forma, más allá de
nuestra vida y acciones cotidianas, el verdadero saber se produciría cuando
enunciamos dichas acciones.
De esta forma, al igual como nos preguntábamos en un
inicio si sabíamos las acciones antes de enunciarlas, viene a instalarse esta
nueva interrogante: ¿sabemos quiénes somos mientras somos?
Y es que si bien suelo aceptar la “intuición de lo
que somos” como una manera sensata de vernos a nosotros mismos, debo reconocer
que me resulta atrayente la idea de ser objetos de conocimiento… o en este caso
de reconocimiento, si consideramos que el lenguaje que nombró brota desde la cosa nombrada, para decirse a sí misma.
Con todo, en este último proceso no dejan de
aparecer algunas paradojas. Y es que, por ejemplo, cuando nombraba las acciones
en un inicio, yo las podía nombrar, justamente, porque ya las había hecho
(encender el computador, buscar el programa, etc.), pero con el asunto ese del
ser, en cambio, surgen otros cuestionamientos: ¿nombramos un ser pasado cuando
buscamos saberlo presente?, o, ¿se deja
de ser mientras nos respondemos quiénes somos?
Cómo sea… lo cierto es que se trata de un tema que
reviste cierta importancia y del que, por cierto, no tenía ni la más remota
idea que iba a terminar escribiendo…
Después de todo, yo solo me senté frente al
computador y lo encendí. Luego de un minuto… etc.
Creo que durante toda la vida intentamos averiguar quiénes somos, el por qué de las cosas. Ahora ¿se ES sólo después de plantearse el interrogante -después de demostrar una capacidad reflexiva- o se ES simplemente por el hecho de estar vivo?
ResponderEliminarUn abrazo