Un hombre barbudo baja del cielo y es recibido por
unos hombres que lloraban mirando hacia lo alto. Cenan, caminan, le preguntan
quién es. El barbudo tiene heridas en las manos que uno de los otros
intenta curar, pero no lo logra. Luego, llega hasta un jardín donde unas mujeres que cantaban se entristecen de improviso, tras hablar con él. Así -quizá afectado por esta situación-, el
hombre se retira a dormir a una cueva, donde parece morir tras varios días de quietud. Entonces, unos
hombres entran al lugar y cargando el cuerpo lo ponen al sol, en una
cruz. Posteriormente, tras lanzar un grito, el hombre barbudo resucita. Un soldado
bondadoso le toca con una lanza mágica una herida del costado y la sana de inmediato. Vuelven a
bajarlo de la cruz. Entonces, el hombre barbudo carga la cruz caminando hacia atrás y milagrosamente
parece cada vez menos cansado. Así, por su hazaña, el hombre es llevado donde
un gobernador, quien a su vez lo envía con algunos sacerdotes, pues el barbudo llegó a la conclusión que tenía un poder especial que debía compartir con la gente. Los soldados lo
escoltan hacia un monte donde, luego de orar, se acerca a unos seguidores y les
da de comer y beber, para que estén fuertes y salgan a predicar al día siguiente. Así, recorren Jerusalén y, tras ayudar a montar unos puestos de venta junto a la
iglesia principal, el hombre barbudo es despedido de la ciudad mientras la
gente del pueblo agita ramas, deseándole buen viaje. Pasa el tiempo. El hombre dedica
tres años de su vida a castigar personas inicuas. Por ejemplo, deja paralíticos
a hombres sanos y hace perder la vista a unos cuántos que se cruzaban en su
camino. Asimismo, quienes lo seguían comienzan a alejarse hasta que, tras bañarse
en un río porque un pájaro se le posó en la cabeza, decide irse al desierto
donde estuvo varios años. Pasado ese tiempo, que al parecer lo había
rejuvenecido, el hombre barbudo –casi joven, ahora-, va a trabajar donde un
carpintero que está casado con una mujer a quien repudia. Entonces, el barbudo,
va hasta una fiesta demasiado licenciosa en la cual, para calmar los ánimos,
transforma el vino en agua (última acción milagrosa que realiza, por cierto).
Por último, con la apariencia de un niño, se aleja de la ciudad hasta tenderse
en un pesebre, junto a una serie de animales, acurrucado. Y claro… debe haber
muerto, según dicen, en aquel lugar. Cuando expiró, por cierto, una estrella
extraña apareció en el firmamento.
“Y Dios suspiró,
y
el hombre se desvaneció
y fue el silencio”
que buena! se me escapó una carcajada en el metro con el castigaba a la gente, dejaba paralíticos a los sanos y cegaba a los que veían...
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