"Aquellos datos que no tengan información dispersa
(es decir, variabilidad)
son rotundamente falsos".
Kaoru Ishikawa, Principios de Calidad.
Por un error interpretativo me vi envuelto hoy en
un pequeño homenaje a Kaoru Ishikawa.
El origen del error estuvo en un trabajo que realicé
hace años cuando intenté explicar la relación que existía entre ciertas teorías
estadísticas relativas al comportamiento humano –parafraseando a Wingarden, en
realidad-, y las propuestas de Ishikawa en torno a los diagramas de dispersión,
que definen cierto tipo de relaciones dentro del sistema de administración de
calidad, propuesto por el japonés.
Con todo, no se trataba de un gran trabajo, pero en
su momento ayudó para crear la impresión –falsa, por supuesto-, de que yo era un
experto en las propuestas de Ishikawa… y claro, resultó que hoy me vi rodeado de
verdaderos expertos lo bastante ingenuos como para pensar que mis conocimientos
en torno al tema eran amplios e innovadores.
El homenaje se realizó en la embajada de Japón y a
él asistieron 8 expertos (7 expertos y yo, en realidad) y exactamente cuatro
asistentes, tres de los cuales no sobrepasaban los 12 años y no hablaban
español.
El homenaje –o esta conversación en torno al
personaje más bien-, duró cerca de dos horas, luego de las cuales pasamos a un
especie de cóctel donde pude enterarme que esos tres niños eran nietos de Ishikawa,
que habían sido invitados a participar de este encuentro.
Y bueno… todo fue un fiasco, en resumen.
El cóctel, la conversación, el interés de los
invitados… el homenaje en su conjunto…
Con todo, la pregunta clave me la hice solo al
final de dicho encuentro, mientras estaba en el baño para invitados de la
embajada.
¿A qué mierda
vine acá?, me dije.
Es decir, no me interesa el tema, no quería ir, no
había dinero ni bonificación alguna de por medio. Simplemente me habían llamado
y no supe decir que no…
En ese pensamiento estaba cuando observé por una
ventana del baño a los tres nietos de Ishikawa, que estaban en un pequeño
jardín exterior, en cuclillas. Ahí, coordinadamente, ellos se forzaron a
vomitar, sobre el pasto.
Pequeños vómitos, me parecieron. Nada más.
Luego, observé que cada uno sacó un pañuelo y se
limpió con cuidado.
Por último, vi que entraban nuevamente al salón.
Y claro… había sido una situación extraña, pero de
cierta forma me pareció de lo más acorde a lo sucedido en el lugar.
Entonces, volví también al salón.
Todo estaba normal.
En su sitio.
Incluso los tres nietos estaban de pie, imperturbables,
como arbolitos.
Solo al terminar hicieron pequeñas reverencias,
mientras nos marchábamos.
Dos hombres nos escoltaron hasta la salida.
Cuando miré desde fuera, la embajada, sentí como si
nunca hubiese entrado a ella.
Nunca he
pisado ese lugar, me dije.
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