viernes, 4 de mayo de 2012

Nada teme el hombre más que ser tocado.



Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido, dice Elías Canetti en el inicio de Masa y poder.

Y claro, yo me acerco en silencio y robo la frase, que por lo demás acorto: Nada teme el hombre más que ser tocado, sentencio.

No deja de ser un plagio, claro, pero justifico mi apropiación argumentando que apunto yo a otra cosa, bastante más simple, por cierto.

Y es que el ser “tocado”, del que hablo, supone estar expuesto de una forma poco común hoy en día, tiempo en que la gran mayoría prefiere la seguridad que otorga la protección de nuestro espacio afectivo propio y el resguardo de nuestra “interioridad”, por llamar aquello de alguna forma.

Así, resulta que tememos ser tocados por una razón tan sencilla como lo es el miedo a ser movidos de nuestro propio sitio.

Y es que no hay que desestabilizarse, nos dicen.

Y nosotros aprendemos, aunque no queramos, aquello que nos dicen.

Y es que es tan precario, a veces, aquello que somos, que ocultamos la debilidad en la distancia que tenemos con los otros, y pensamos que somos más fuertes mientras menos invaden nuestro territorio personal.

¡Cuántas equivocaciones!

Valerse por uno mismo; ser autónomo; no depender de los demás…

Cuánta inseguridad oculta en aquello que es una de las necesidades más básicas de todo individuo: relacionarse con sus semejantes.

Con todo, no hablo aquí de relacionarnos de esa forma distante y protegida con la que enfrentamos esa necesidad hoy en día, sino que apunto a una relación mucho más básica y primitiva: tocarnos. Simplemente tocarnos.

Pero claro, no se vale intentar solo tocar y no dejar ser tocado.

De esta forma, para que funcione esto, todo debe ser realizado con confianza, reconociendo incluso que necesitamos de ese pequeño desequilibrio que otorga el contacto, para reconocer quiénes somos finalmente y hacernos sensibles de nosotros mismos.

Y es que esto último, en definitiva, resultan ser los premios que alcanza todo aquel que vence ese primer miedo.

Ojalá no sea usted, uno de esos temerosos que de inmediato especulan con las posibles desventajas, y se digne sin más a recibir un abrazo, o un remezón, o lo que sea que necesite para desentumecerse en estos momentos.

Desde aquí se los envío, desde ya.

Y van con afecto.

2 comentarios:

  1. Se reciben con dicha y se dirigen a otros sitios.

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  2. Creo que ha sido con la modernidad que nuestros límites en relación al espacio personal se han afianzado. Se nota sobre todo cuando viajamos a lugares donde las muchedumbres son moneda corriente y hasta la oferta de souvenires se ejerce desde la más insistente cercanía. Hay gente que eso le resulta intolerable y hasta lo encuentran como signo de incultura!
    Me has puesto a pensar, como siempre.
    Se agradece...

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