miércoles, 7 de marzo de 2012

La vida transparente.

“Para esto es necesaria la doble conciencia, es decir,
una parte del ser que siempre permanezca libre,
y que, aunque uno vea algo de dimensiones monstruosas,
pueda apreciar ese algo libremente y diga:
No. Ese no es su verdadero valor. Es tal otro”.
Álvaro Yáñez B.


Suena cursi hablar de la vida transparente. Tanto que uno debe poner un epígrafe para avisar de inmediato que el asunto a tratar apunta a algo más serio y elaborado que aquello que a primera vista hemos advertido.

Pero lo cierto, sin embargo, es que no existe algo más serio y más elaborado que hablar de la vida transparente, por cursi que suene dicha expresión y por manoseadas que se encuentren las palabras que la forman.

Dicho esto, advierto que la transparencia a la que me refiero no dice relación con la forma de mostrarnos a los otros, sino con la mirada que podemos ejercer sobre nosotros mismos.

Y es que sin duda, es muy poco lo que podemos ver de nosotros mismos. Es decir, se nos hace mucho más fácil, sin duda, tener una valoración sobre lo que sucede fuera de nosotros que con aquello que sucede “desde dentro”.

Ahora bien, ¿qué pasa con la vida? –con la vida propia me refiero-, ¿es algo que pasa fuera o dentro de nosotros mismos? Y luego, ¿cómo podemos valorar, críticamente, nuestra propia vida?

Lo pregunto a raíz de unas palabras tempranas del que sería Juan Emar, donde éste se cuestionaba sobre el personaje de Raskolnikoff y lo que él habría pensado, de haber existido, sobre sí mismo.

No recuerdo las palabras exactas, pero Emar señalaba que valorizamos a este personaje tras juzgarlo libremente, dejando de lado nuestras miserias diarias, captando así su naturaleza sublime y un tipo de belleza que en nuestra propia vida –y en nosotros mismos-, somos incapaces de percibir.

Ahora bien, ¿por qué sucedería esto? Sencillo, parece pensar Emar: porque los hechos diarios nos tocan y nos atañen tan de cerca que no podemos comprenderlos libremente, y nos arrastran consigo y nos hunden.

Él lo ejemplifica con Raskolnikoff, pero pensemos mejor en algo cercano y seamos transparentes con nosotros mismos: ¿no nos ocurre lo mismo con una simple fotografía? ¿o con una grabación? ¿o con algún simple recuerdo o etapa que no alcanzamos a valorar porque no pudimos comprenderlos libremente, y nos hundimos con ellos?

Y es que a fin de cuentas la vida transparente se resume simplemente en eso. En juzgar libremente nuestra propia vida apreciándola con nuestra “parte del ser” que no entra en contacto –o no se contamina al menos-, con las miserias cotidianas.

Así, finalmente, la trasparencia quedará reflejada en esa foto que, tras la distancia, nos revele conscientes de aquello que estábamos viviendo. Y con esto, además, responsables de nuestra transparencia.

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