martes, 27 de marzo de 2012

El amigo de un amigo y el oso hormiguero.


"¿Crees acaso que puedes transformar
una compleja operación matemática
en una simple historia de animales?"


El amigo de un amigo consiguió de contrabando un oso hormiguero.

Venía en una caja y es feíto.

Aunque claro, él puede pensar lo mismo de mí.

Pero no tiene blog.

De todas formas el oso tiene ojos brillantes y es simpático.

Pasa de una casa a otra porque el amigo de mi amigo viaja mucho.

Por eso a veces me lo dejan a mí.

Y a mí me cae bien.

De hecho, creo que se me dan bien los animales.

Aunque claro, las hormigas también me caen bien.

Por eso, un día le dejé unas hormigas de chocolate, para que nadie sufriera.

Pero a él no le gustaron para nada.

En cambio, se comió entera la prueba de un alumno que escribe con letras que parecen bichos.

“¿Dónde está mi prueba?”, me dijo al día siguiente, el estudiante.

Y yo le conté que se la comió un oso hormiguero.

“El amigo de un amigo lo trajo de contrabando…”, intenté explicarle.

Pero él se molestó.

Al día siguiente vino la mamá.

“¿Dónde está la prueba de mi hijo?”, me preguntó de mala forma.

Y yo le explique lo del amigo de mi amigo, y lo del oso hormiguero.

Sin embargo, ella no me dejó terminar y dijo que iría a acusarme con el rector.

“¿Dónde está la prueba de su alumno?”, me preguntó entonces el rector.

Y claro, yo pensé en decirle algo que lo dejara contento, pero al final no pude y conté lo del oso hormiguero.

“Usted se quiere burlar de mí”, concluyó el rector.

Así, a pesar que no era esa mi intención, me envió a hablar con el gerente de los colegios a unas oficinas que quedan en el centro.

“¿Usted es el profesor del oso hormiguero?”, me preguntó.

Yo le dije que sí.

Luego, él me habló de clientes y de brindar servicios y de marcar diferencias con la educación pública.

Eso duró una hora.

Por último, me preguntó si yo tenía algo que argumentar a mi favor.

“¿Puedo mostrarle al oso hormiguero?”, le dije.

“¡¿Qué…?!”, exclamó él.

Entonces, para no repetir la frase, preferí sacar al animal desde mi bolso.

Apenas lo vio, el gerente se sobresaltó, y cayó de espaldas tras volcar su silla.

Así, asustado, el oso hormiguero se abalanzó sobre el gerente y comenzó a escarbar su pecho, rasgando la piel con una especie de garra.

“Debe haber tenido el corazón lleno de bichos”, me dije.

Luego nos fuimos de aquel lugar.

2 comentarios:

  1. jejejeje....vas a tener que seguir con esto de las historias con los animales jejeje...se te da muy bien!
    =)

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