lunes, 24 de octubre de 2011

Oscuro como el corazón del mundo.

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“Papá,
¿las vacas mugen por lo mismo que la gente habla?”
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El viejo leía:

“Y entonces se dio cuenta que su vida era igual a un departamento piloto, pues todo su interior estaba poblado de muebles en perfecto orden, pulcramente organizado… un lugar para visitar, en definitiva, pero no para vivir en él…”

Yo lo miraba leer y dejaba que las palabras se enterraran en mí, como dardos. Sin detenerme a escucharlas.

Y claro, a veces duele escuchar a los otros, aunque las palabras sean erróneas.

Y es que no son buenas las palabras. A veces pueden ser tiernas, es cierto, pero la mayoría de las veces sería mejor coserse la boca, aunque nos duela. Para evitar el daño…

El viejo seguía leyendo:

“…Y los científicos inventaron frutas de un material igual a la fruta, y las mujeres aprendieron a prolongar su belleza por años… pero se sorprendieron de pronto cuando los hombre dejaron de amarlas, de todas formas… quizá justamente por dejar de convertirse en quienes debían ser, y preferir la quietud, la permanencia…”

El lugar estaba vacío y el viejo hablaba. Yo debía haberme preguntado para quién hablaba, pero preferí no hacerlo. Al final me puse a llorar por nada, que es además por lo que se llora siempre.

Quizá por eso, salí del lugar y dejé al viejo hablando solo. Por un momento pensé que me llamaba para que volviese, y hasta me decía “hijo”… pero no quise escucharlo, ni que me viese llorar, pues tendría que inventarme una razón si es que él pedía explicar algo.

Caminé horas, por los cerros. Por el camino debo haberme peleado, o caído, pues cuando hice una pausa descubrí que me faltaban las zapatillas y tenía los nudillos rotos.

Todo estaba oscuro como el corazón del mundo. Y hacía frío.

Sentía voces.

Una de esas voces era la voz de Andrés. Un amigo de la Universidad que se mató porque vio el momento en que su polola era besada por otro tipo. Todos después hablaron de lo estúpido que fue, sobre todo porque el tipo le había dado el beso a la fuerza a su polola.

¡Qué estúpido! Dijeron todos.

Y hasta una vez me pelee para que pararan de decirlo, pero luego me di cuenta que no tenía argumentos y desistí de todo. Incluso tuve que pedir disculpas.

La polola de mi amigo dijo esa vez que entendía mi rabia, que el único culpable era aquel tipo que le había robado un beso.

Y claro, ella se había juntado con ese tipo un par de veces y sabía que a él le gustaba… ¡si hasta incluso le caía mal...!, pero qué mierda, el único culpable era aquel tipo…

Y es que nadie habla de las cosas innecesarias. Nadie es culpable de las cosas innecesarias.

Así, la muerte de Andrés fue innecesaria, pues el hueón de mi amigo había depositado mal la fe que le quedaba.

Lo peor, sin embargo, es que yo sé que Andrés no creyó que ambos se besaban. Es decir, estaba conmigo y ambos vimos en la escena un pequeño forcejeo…

Con el tiempo, sin embargo, he llegado a pensar que él cambió un acto innecesario por otro, nada más. Y en eso, como decíamos, no hay culpables.

Pero claro, esa es solo una de las voces que oí mientras caminaba. Pero como además los pies me dolían y hasta me sangraban un poco porque el suelo estaba pedregoso, me vi obligado a aminorar la marcha… una marcha innecesaria, pensé entonces, y no sé por qué me puse de golpe a reír en voz alta.

Y es que algo había de chistoso en todo eso. No para uno, claro, porque uno era parte de aquel chiste, pero reí para cagarles la alegría a los otros… para no ser parte de la representación humorística que se realiza día a día en el corazón oscuro de mundo.

Así, mientras reía, sucedió que vi una vaca.

Y la vaca era grande y estaba seria y era como un demonio.



Pero a quién se le ocurriría hacer un demonio con esa apariencia, pensé… y la risa se me secó de improviso, como si hubiese dicho una verdad sin darme cuenta.

Sin embargo, para ser demonio la vaca disimulaba bastante bien. Pastaba y de reojo me miraba, como habría hecho cualquier vaca… pero no me dejé engañar.

-Sé quién eres –le dije.

-Mmm… -dijo el demonio.

-Tengo los pies heridos y los nudillos rotos, pero esas cosas sanan rápido -le dije.

-Mmm… -volvió a decir el demonio.

Yo guardé silencio y lo miré directo a los ojos.

El demonio seguía disimulando.

-Quizá pienses que actuando así vas a hacerme caer en un error… -seguí-, además este es tu espacio… un cerro… una vaca… ¿lógico no?

-Mmm…

-Si hasta el demonio puedo parecer yo, para alguien que nos vea desde lejos… con la respiración alterada, sangre seca en el rostro… y en un lugar oscuro, en medio de la noche… ¡pero no me engañas…!

Tomé entonces desde el suelo una pesada piedra, al mismo tiempo que el demonio comenzó a acercarse directamente hacia mí, aún masticando pasto en el hocico.

Pensé así, mientras se acercaba, en el trayecto que seguía ese pasto. Dibujé en mi mente el mapa del recorrido pasando por cada uno de sus estómagos, y fue así que por un momento dudé que aquel fuese verdaderamente un demonio, pues cierta sensación de pureza, relacionada con su alimentación, me invitaba a alejarme de esa idea.

Quizá por eso, ante la duda, la piedra terminó en el suelo, justo antes que el animal llegase hasta mi lado y me mirara de frente, masticando aún, simulando indiferencia.

Así, ya sin opción de protegerme, y confundido, decidí mejor dejar las cosas a la suerte y cerré los ojos, esperando la resolución de aquel ser, que rumiaba a mi lado.

¿Y saben…?

El demonio no atacó.

Simplemente pasó la lengua por mis manos, y el dolor de los nudillos desapareció, apenas lo hizo.

Fue entonces que abrí los ojos, y la vi.

Al lado mío, como si esperase algo de mí, o como si quisiese con sus cuatro estómagos, ayudarme a purificar mis propias sensaciones.

-¿Mmm…? –preguntó ella.

-No te conviene –le dije-, mis sensaciones suelen ser amargas…

-Mmm… -insistió.

Y claro, yo no supe que hacer, ante su insistencia.

Además, el cielo estaba oscuro… y hacía frío.

Y yo debía decidir algo.

2 comentarios:

  1. A veces la realidad nos empuja a actuar como no queremos...o por lo menos, como decimos que no queremos.
    Lástima...

    Un abrazo.

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