viernes, 14 de octubre de 2011

Se supone que los números no son.

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“Hacen tanta falta caballos blancos,
sueltos en Brasilia…”
Clarice Lispector.
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Se supone que los números no son. Es decir, no existen de la forma en que entendemos la existencia. Triste forma en todo caso. Si te puedes tropezar con algo, aquello existe, parece ser la consigna. Por eso digo que los números no son. Ojalá se entienda.

Hablo esto porque hoy volví a encontrarme con números. Y claro, uno no debiese hacerlo, según la consigna. E incluso habría que negar que eran números, o aceptar que al menos existían asociados a un conjunto de elementos, que organizaban.

¿Pero saben? Los números con que hoy me encontré existían de una forma indepeniente e innegable, separados de aquello que llamamos el sentido del mundo y sin designar nada salvo a sí mismos.

Era como encontrarse con alguien que tiene solo un nombre, y cuyo apellido desconoce. O con la sombra de ese alguien, más bien.

Por eso mismo creo que no tiene sentido contarles aquí cuáles fueron esos números, pues si lo hago, creo que lo esencial de todo esto se termina escapando sin remedio.

Así, si digo ocho, por ejemplo, puede que usted piense en ocho “algos”, con lo que usted estará nuevamente desapareciendo el ser del número, que fue a fin de cuentas lo que me encontré hoy día, hace tan solo un par de horas.

Aquí va el resumen del encuentro:

Yo había caminado apenas unos cuantos metros cuando de pronto me encontré con un zapato. Uno en buen estado, me refiero, en medio de la calzada.

Y bueno, como ando medio torpe estos días, lo primero que hice fue asegurarme que no fuera uno de los míos. Así que los conté… y el resultado fue correcto.

-No es mío –me dije, y miré por si había algún dueño cerca, pero no había rastros de nadie por el sector.

A continuación tomé el zapato, y lo observé. Parecía no tener uso.

Fue así que -mientras pensaba que aquel zapato era todavía libre y que quizá era propiedad exclusiva de sí mismo-, me percaté que había algo al interior del zapato.

-No es un pie –descarté en primera instancia, y entonces voltee el zapato y cayeron los números, que permanecieron así, desligados del mundo en que aterrizaron, sin numerar nada.

Lógico, sin embargo, intenté ligar el número con el zapato… precio, quizá, tamaño… pero no había éxito.

-Quizá los zapatos nuevos son algo así como el papel de regalo en que se envuelven los números – me dije. Y me convencí de aquello. Y hasta agradecí el regalo.

Pero claro, luego estaba el asunto de la utilidad del regalo. Como cuando te regalan un adorno que no sabes dónde poner porque te falta espacio. Además…

¿Qué se puede hacer con unos números huachos…?

Eso pensaba cuando salió un borracho de la botillería llevando en sus pies un único zapato.

-No es mío –se limitó a decir, cuando le acerqué el zapato.

-Pero a usted le falta uno –insistí.

-Pero ese no es mío… y uno no va andar llenándose de cosas solo porque tiene ciertas carencias – contestó.

Luego se fue. Calzado de un pie, como les contaba.



Puede que piensen que se acrecentó mi imaginación, pero les aseguro que fue en ese momento que entendí la real importancia de esos números caídos… Números que parecían de a poco ser absorbidos por el suelo, como las pequeñas lluvias.

-Hay que dejar que desaparezcan –pensé-. Que se reintegren a la tierra, naturalmente, para no tener que desaparecer uno. Hay que dejar que la esencia de los números desaparezca por los poros de la tierra… y aprender de aquello.

Y bueno… desaparecieron los números, y hasta su impresión se hizo un poco más débil apenas hubieron desaparecido.

El zapato, en cambio, estaba todavía ahí, a un costado, justo debajo la luz de un alumbrado que lo dejaba como en un escenario improvisado, y lamentablemente sin público.

-Quizá el secreto es que el zapato no es zapato –concluí entonces-, quizá hasta es un número que no quiere dejar de ser sí mismo y se protege de esa forma, para no diluirse en un todo…

Por último –mientras seguía reflexionando-, volvió a pasar el borracho y me ofreció cambiar una cerveza por el zapato encontrado.

-Pero es que no es realmente un zapato… –intenté explicar.

-No importa... Además la cerveza no es realmente una cerveza -me confesó.

Quise decir algo más, pero no se me ocurrió, así que simplemente cerramos el trato.

Y se acabó la historia.

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