martes, 11 de octubre de 2011

Tengo una huincha de medir que nunca he usado.

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“Era mediodía
y andaba arrastrándome por mi jardín,
que era como los de antes.”
Bob Dylan.
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Tengo una huincha de medir que nunca he usado. Me pregunto si se sentirá inútil. La compré por el diseño y porque cuando se le aprieta la nariz vuelve a guardar dentro de sí la huincha que hemos sacado antes fuera de ella.

No es del todo bonita, sin embargo, pues tiene una sonrisa dibujada que refleja cierta dosis de nerviosismo, lo que le quita un poco de ternura… Pero claro, su nariz -que es un pequeño botón rojo-, está ahí para volver fácilmente a congraciarla conmigo.

Me gusta establecer esos vínculos. Sencillos, simpáticos… esos afectos que uno no puede recordar si no es con una sonrisa.

El amor verdadero debe ser así, imagino, simpático.

Pensar en un otro y que ingrese por el recuerdo –que es también una rendija-, una especie de brizna que refresque lo que somos, y que incluso nos engrandezca… tanto que tengamos que extender una huincha propia y secreta para medir las sensaciones que tenemos dentro.

Y es que eso también es extraño en mi huincha. Me refiero a si la huincha que sale de ella es parte esencial o no de ella, pues admitirán que es al menos extraño decir que sale la huincha desde dentro de la huincha y luego vuelve a entrar en ella.

Y claro, quizá también funcione así con nosotros. Salimos fuera, medimos a otro… y quizá ese contacto deje huellas que luego quedan dentro y resulta que sin darse cuenta uno ya ha crecido, y es grande. Como en el comercial de Milo.

De pequeño me preguntaba eso. El secreto de como crecíamos. Más allá de las rayitas en la pared que van marcando nuestra altura, por supuesto.

Y es que hasta el día de hoy me gusta imaginar que algo crece dentro de nosotros cuando tenemos nuevas sensaciones, o descubrimos algo, o conocemos a alguien que hace eco en lo que somos...

Con todo, las medidas externas suelen indicar también lo que nos separa de un otro, o de las cosas. A veces también de los que ya no están aunque en ese caso no sabemos hacia donde extender la huincha, y podemos malentender lo que son las distancias. Y entristecernos tontamente.

Pero decía antes que el amor verdadero debía ser así, yo creo, simpático…

Quizá baste con eso en principio.

Al menos para que entre el aire.



¿Saben en qué estoy pensando?

En qué le gustaría medir a mi huincha.

¿Creerá que es eterna?



Para que se sienta importante me acerco con ella hacia las cosas.

¡Qué frío suena decir las cosas cuando uno en verdad está hablando de libros…!

¡Y qué hermoso tenerlos a todos al alcance de la mano…!

Mi huincha debe estar feliz de trazar medidas entre ellos…

Así, su sonrisa mientras mide deja de parecerme nerviosa y es ahora de completa alegría.

Cuando vuelva a guardarse dentro de sí –pienso-, tendrá sensaciones provenientes de un mundo distinto, y se sentirá más grande, y hasta descubrirá que el viento le hace cosquillas en lugares que desconocía.

Y es que finalmente, concluyo, también la felicidad se atrofia, cuando no se usa.


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