Leo un libro apoyado en un poste. Un niño se acerca.
-Se llama Tilín.
-¿Qué?
-Que se llama Tilín.
-¿Quién se llama Tilín?
-Tilín, mi perro… mírelo.
Yo lo miro.
-Pero eso no es un perro -le digo.
-Sí lo es, es Tilín, y es mi perro.
-¿Y cómo sabes que es un perro?
-Porque se llama Tilín, y mi perro se llama Tilín… por lo tanto es mi perro.
-Ya, pero... ¿y cómo sabes que se llama Tilín?
-Porque si yo le digo: “Tilín quédate conmigo”, él se queda.
-¿Y si le dices: “Tilín ándate”…?
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque no quiero que se vaya.
-Mmm…
-¿Sabe…? en mi casa también se enojan cuando yo digo que es mi perro.
-¿Quién se enoja cuando dices eso?
-La mujer que vive conmigo en la casa.
-¿No vives con tú mamá?
-No. Ella dice que sí, pero yo descubrí que no lo es.
-¿Descubriste que no es tu madre?
-Sí.
-¿Y cómo lo descubriste?
-Porque le dije igual que a Tilín: “Mamá quédate conmigo”, y sale igual de la casa.
-Mmm… es que a veces los grandes no podemos hacer tanto caso a nuestros hijos…
-¿Por qué?
-Eh… porque debemos hacer caso a otras cosas: al trabajo, a los quehaceres…
-Entonces ella es una trabajadora, pero no es mi mamá.
-¿Y si te hubieses equivocado?
-No. Además Tilín me da la razón.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque si supiera que yo me equivoco ya se habría ido, o se habría enojado.
-¿Se enoja Tilín?
-Sí. A veces me advierte que no me acerque a alguna gente, o si no él los va a morder.
-¿Y a mí no me va a morder?
-No creo. Además Tilín mueve la cola cuando lo ve… usted le cae bien.
-Pero si… eh… “eso”, no tiene cola.
-Sí tiene, pero la está moviendo rápido y no se ve. Además hay muchas cosas que no se ven, pero igual existen.
-¿A qué te refieres?
-No sé bien. Tilín dice eso casi siempre, y yo lo repito, pero a él no le gusta explicar.
-¿Habla Tilín?
-No habla. Tilín es un perro y los perros no hablan.
-Pero tú dijiste que él te decía algunas cosas.
-Pero también me dice que existen palabras que no se pueden escuchar.
-¿Y con esas te habla Tilín?
-Sí. Pero es decir, no hablar.
-¿Y qué otras cosas te ha dicho Tilín?
-Que hay que ser feliz, y no inventarse cosas.
-¿Qué…?
-Que hay que ser feliz y no inventarse cosas…
-No… si escuché, me refiero a qué quería decir con eso.
-No sé. Tilín dice, pero no explica.
-¿Y a veces no te pones a pensar que Tilín puede ser un invento?
-¿Un invento?
-Sí… o sea, un perro imaginario, quizá.
-No. No me gusta pensar eso.
-¿Por qué?
-Porque las personas que piensan que las cosas son inventos se queda sin nadie… y sin perro.
-¿Eso también te lo dijo Tilín?
-Sí. Pero tampoco explicó nada.
-Mmm… es extraño Tilín, parece.
-Un poquito…
-¿Y no te da miedo que Tilín se arranque o se pierda?
-No. Tilín va a estar siempre… es como el libro que está leyendo.
-No entiendo…
-Es como el libro cuando usted ya lo lee. No se puede perder después.
-Pero yo puedo perder el libro.
-No. Si usted lo leyó no lo pierde… es igual con Tilín…
-¿Pero tú lees a Tilín?
-No, pero lo quiero, lo cuido y lo escucho, que es lo mismo.
-¿Querer, cuidar y escuchar es lo mismo que leer?
-Sí, pero todo junto y en una palabra.
-¿De esas palabras que no se escuchan?
-Sí, yo creo… Tilín diría que sí, y él no miente. Los perros no mienten.
-Pues parece que es verdad… Tilín no miente.
-No. Y tampoco es un invento… ¿quiere hacerle cariño?
-¿A Tilín?
-Sí.
-¿Y no se enojará?
-¿Quién?
-Tu perro.
-No, no se enoja con usted.
Entonces yo me agacho y le hago cariño a Tilín, mientras él mueve la cola.
-¿Y usted no tiene perro? –me pregunta el niño.
-No. Tuve uno, pero se murió hace unos meses.
-¿Y tiene hijos?
-Sí, uno. Hoy día está de cumpleaños.
-¿Y le tiene algún regalo?
-Sí, algo le compré… pero no me convence mucho…
Él niño entonces hace una pausa y se acerca a Tilín, que parece hablarle.
-¿Te está hablando Tilín? –le pregunto.
-Sí, pero espere…
Yo intento esperar, pero al final no aguanto.
-¿Y qué dice…?
-Dice que le regale una historia a su hijo.
-¿Una historia?
-Sí… una historia que no sea un invento… aunque no sé qué quiso decir con eso, acuérdese que Tilín no explica.
-No importa –le digo yo finalmente-. Creo que comprendí el mensaje.
-Se llama Tilín.
-¿Qué?
-Que se llama Tilín.
-¿Quién se llama Tilín?
-Tilín, mi perro… mírelo.
Yo lo miro.
-Pero eso no es un perro -le digo.
-Sí lo es, es Tilín, y es mi perro.
-¿Y cómo sabes que es un perro?
-Porque se llama Tilín, y mi perro se llama Tilín… por lo tanto es mi perro.
-Ya, pero... ¿y cómo sabes que se llama Tilín?
-Porque si yo le digo: “Tilín quédate conmigo”, él se queda.
-¿Y si le dices: “Tilín ándate”…?
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque no quiero que se vaya.
-Mmm…
-¿Sabe…? en mi casa también se enojan cuando yo digo que es mi perro.
-¿Quién se enoja cuando dices eso?
-La mujer que vive conmigo en la casa.
-¿No vives con tú mamá?
-No. Ella dice que sí, pero yo descubrí que no lo es.
-¿Descubriste que no es tu madre?
-Sí.
-¿Y cómo lo descubriste?
-Porque le dije igual que a Tilín: “Mamá quédate conmigo”, y sale igual de la casa.
-Mmm… es que a veces los grandes no podemos hacer tanto caso a nuestros hijos…
-¿Por qué?
-Eh… porque debemos hacer caso a otras cosas: al trabajo, a los quehaceres…
-Entonces ella es una trabajadora, pero no es mi mamá.
-¿Y si te hubieses equivocado?
-No. Además Tilín me da la razón.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque si supiera que yo me equivoco ya se habría ido, o se habría enojado.
-¿Se enoja Tilín?
-Sí. A veces me advierte que no me acerque a alguna gente, o si no él los va a morder.
-¿Y a mí no me va a morder?
-No creo. Además Tilín mueve la cola cuando lo ve… usted le cae bien.
-Pero si… eh… “eso”, no tiene cola.
-Sí tiene, pero la está moviendo rápido y no se ve. Además hay muchas cosas que no se ven, pero igual existen.
-¿A qué te refieres?
-No sé bien. Tilín dice eso casi siempre, y yo lo repito, pero a él no le gusta explicar.
-¿Habla Tilín?
-No habla. Tilín es un perro y los perros no hablan.
-Pero tú dijiste que él te decía algunas cosas.
-Pero también me dice que existen palabras que no se pueden escuchar.
-¿Y con esas te habla Tilín?
-Sí. Pero es decir, no hablar.
-¿Y qué otras cosas te ha dicho Tilín?
-Que hay que ser feliz, y no inventarse cosas.
-¿Qué…?
-Que hay que ser feliz y no inventarse cosas…
-No… si escuché, me refiero a qué quería decir con eso.
-No sé. Tilín dice, pero no explica.
-¿Y a veces no te pones a pensar que Tilín puede ser un invento?
-¿Un invento?
-Sí… o sea, un perro imaginario, quizá.
-No. No me gusta pensar eso.
-¿Por qué?
-Porque las personas que piensan que las cosas son inventos se queda sin nadie… y sin perro.
-¿Eso también te lo dijo Tilín?
-Sí. Pero tampoco explicó nada.
-Mmm… es extraño Tilín, parece.
-Un poquito…
-¿Y no te da miedo que Tilín se arranque o se pierda?
-No. Tilín va a estar siempre… es como el libro que está leyendo.
-No entiendo…
-Es como el libro cuando usted ya lo lee. No se puede perder después.
-Pero yo puedo perder el libro.
-No. Si usted lo leyó no lo pierde… es igual con Tilín…
-¿Pero tú lees a Tilín?
-No, pero lo quiero, lo cuido y lo escucho, que es lo mismo.
-¿Querer, cuidar y escuchar es lo mismo que leer?
-Sí, pero todo junto y en una palabra.
-¿De esas palabras que no se escuchan?
-Sí, yo creo… Tilín diría que sí, y él no miente. Los perros no mienten.
-Pues parece que es verdad… Tilín no miente.
-No. Y tampoco es un invento… ¿quiere hacerle cariño?
-¿A Tilín?
-Sí.
-¿Y no se enojará?
-¿Quién?
-Tu perro.
-No, no se enoja con usted.
Entonces yo me agacho y le hago cariño a Tilín, mientras él mueve la cola.
-¿Y usted no tiene perro? –me pregunta el niño.
-No. Tuve uno, pero se murió hace unos meses.
-¿Y tiene hijos?
-Sí, uno. Hoy día está de cumpleaños.
-¿Y le tiene algún regalo?
-Sí, algo le compré… pero no me convence mucho…
Él niño entonces hace una pausa y se acerca a Tilín, que parece hablarle.
-¿Te está hablando Tilín? –le pregunto.
-Sí, pero espere…
Yo intento esperar, pero al final no aguanto.
-¿Y qué dice…?
-Dice que le regale una historia a su hijo.
-¿Una historia?
-Sí… una historia que no sea un invento… aunque no sé qué quiso decir con eso, acuérdese que Tilín no explica.
-No importa –le digo yo finalmente-. Creo que comprendí el mensaje.
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