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I.
De chico pensaba que hacer inventarios era una experiencia casi mística. Y es que relacionaba la palabra inventario con la idea de invento, o de creación, por lo que cuando veía un lugar cerrado que indicaba justamente que estaban en ese proceso, yo imaginaba que adentro estaban pasando cosas increíbles, casi como una ceremonia druida llena de saltos y polvos químicos que solo podían hacerse a puertas cerradas.
-¿Realmente crees que pasa algo así o me lo estás diciendo por molestar? –me preguntó en una ocasión la dueña de una tienda que solía cerrar por inventario una vez al mes.
Yo me quedé en silencio.
Y es que recuerdo que en ese momento la miré y comprendí de inmediato que mi idea era absurda, aunque seguía sin entender qué significaba esa palabra.
Fue así pasando el tiempo y la palabra inventario quedó guardada como esa ropa fuera de temporada que luego uno se olvida de sacar, hasta que de pronto te encuentras con ella, cuando estabas a punto de olvidarla.
Eso ocurrió un día cuando todavía no salía del colegio y me dieron un castigo en dicho lugar.
-Vian, usted deberá hacer el inventario del laboratorio –me dijo el inspector, y me entregó las llaves y una carpeta que contenía exclusivamente hojas en blanco.
Por mi parte, soberbio como era –el castigo tenía que ver con eso, justamente-, no me atreví a preguntar y fui directamente al lugar indicado.
El laboratorio, a todo esto, era apenas una sala que estaba llena de estantes y que tenía un lavaplatos en mal estado.
En los estantes, había algunos frascos –la mayoría rotos o trisados-, y unas cuantas bolsitas con polvos y cosas que no me llamaban mucho la atención.
¡¿Pero qué mierda era un inventario…?!
Eso me preguntaba mientras estaba ahí con las hojas en blanco y pensaba qué debía hacer, descontando por supuesto la opción más sensata que era preguntar al inspector o a algún profesor, pero lo cierto es que yo me creía por entonces algo así como un ser superior, y no podía preguntar algo tan básico.
Fue así pasando el tiempo y sucedió entonces que desde el interior, vi al inspector acercarse y no hallé nada mejor que esconderme en uno de los estantes para que no descubriese que no había hecho nada…
-¿Vian…? –preguntaba el inspector, pero yo no respondía.
Fue así que luego de llamarme varias veces, el inspector salió del lugar cerrando con las llaves que yo había dejado descuidadamente en un mesón, dejándome, de paso, encerrado.
Para peor era viernes, y nadie vendría al colegio hasta el lunes, salvo los perros que dejaban vigilando el patio, los fines de semana.
II.
A veces se pasa la vida sin darnos cuenta que no sabemos qué significan las palabras que usamos. O peor aún, a veces van pasando las palabras sin saber qué significa la vida que vivimos.
A mí me pasó con el inventario, por suerte, pero a muchos le ocurre con otras palabras, con lo que terminan encerrados en lugares mucho más complejos… como una relación, por ejemplo, o hasta una familia.
Y es que si es por volver al tema de los inventarios resulta que muchos de nosotros vamos envejeciendo sin siquiera percatarnos de qué es aquello que tenemos dentro, y qué cosas hemos ido extraviando por el camino.
Una abuelita que conocí una vez me contó, por ejemplo, que ella quedó de juntarse con el que seguía creyendo el amor de su vida junto a un nogal… pero claro, ella dijo que sí y olvidó que no sabía lo que era un nogal, y que esperó varios días junto a un sauce, hasta que el hombre apareció de novio con su hermana, quién sabe si por despecho…
Son cosas que pasan, podríamos decir, pero no sé si es bueno tomarlo tan a la ligera.
III.
Volviendo al laboratorio, recuerdo que esa vez, para intentar salir, terminé por romper un vidrio, aunque a partir del ruido los perros no dejaron de ladrar y venir a cada rato a pararse fuera de la sala.
Pasó así la primera noche y de puro ocioso me puse a hacer una lista con todo lo que estaba ahí, sin saber que con eso daba cuenta de mi castigo y lograba entender, de forma práctica, el significado del inventario.
Al final el sábado en la tarde, y luego de hacerme amigo de los perros que estaban fuera, logré salir del colegio, dejando sobre un mesón la lista escrita, que creía carente de valor y absurda.
-Menos mal que cumpliste con tu castigo –me dijo el inspector, al verme llegar-. El fin de semana entraron a robar e incluso rompieron la ventana del laboratorio, pero gracias a tu inventario pudimos descubrir que no se llevaron nada.
-¿El inventario…? –alcance a decir.
-Sí, lo dejaste sobre el mesón, junto con las llaves –dijo el inspector-. Yo mismo las guardé ese día y cerré el lugar…
Yo no quise corregirlo y la sensación quedó zanjada de esa forma. Sin que yo tuviese que inventar ni una sola mentira.
Con todo, aún no relacionaba la lista que había hecho con el inventario del que hablaba el inspector, pero explicarles cómo fue que me di cuenta de esa relación es ya pasar a otra historia; y como la ración de hoy ya tuvo la extensión suficiente y como también me parece que no tuvo mucha gracia, mejor dejo la historia hasta aquí. Nada más.
Además así, en el tiempo que ahorramos, quizá pueda usted aprender el nombre de algunos árboles… no vaya a ser que usted también se quede esperando la vida en el lugar equivocado.
No vaya a ser.
De chico pensaba que hacer inventarios era una experiencia casi mística. Y es que relacionaba la palabra inventario con la idea de invento, o de creación, por lo que cuando veía un lugar cerrado que indicaba justamente que estaban en ese proceso, yo imaginaba que adentro estaban pasando cosas increíbles, casi como una ceremonia druida llena de saltos y polvos químicos que solo podían hacerse a puertas cerradas.
-¿Realmente crees que pasa algo así o me lo estás diciendo por molestar? –me preguntó en una ocasión la dueña de una tienda que solía cerrar por inventario una vez al mes.
Yo me quedé en silencio.
Y es que recuerdo que en ese momento la miré y comprendí de inmediato que mi idea era absurda, aunque seguía sin entender qué significaba esa palabra.
Fue así pasando el tiempo y la palabra inventario quedó guardada como esa ropa fuera de temporada que luego uno se olvida de sacar, hasta que de pronto te encuentras con ella, cuando estabas a punto de olvidarla.
Eso ocurrió un día cuando todavía no salía del colegio y me dieron un castigo en dicho lugar.
-Vian, usted deberá hacer el inventario del laboratorio –me dijo el inspector, y me entregó las llaves y una carpeta que contenía exclusivamente hojas en blanco.
Por mi parte, soberbio como era –el castigo tenía que ver con eso, justamente-, no me atreví a preguntar y fui directamente al lugar indicado.
El laboratorio, a todo esto, era apenas una sala que estaba llena de estantes y que tenía un lavaplatos en mal estado.
En los estantes, había algunos frascos –la mayoría rotos o trisados-, y unas cuantas bolsitas con polvos y cosas que no me llamaban mucho la atención.
¡¿Pero qué mierda era un inventario…?!
Eso me preguntaba mientras estaba ahí con las hojas en blanco y pensaba qué debía hacer, descontando por supuesto la opción más sensata que era preguntar al inspector o a algún profesor, pero lo cierto es que yo me creía por entonces algo así como un ser superior, y no podía preguntar algo tan básico.
Fue así pasando el tiempo y sucedió entonces que desde el interior, vi al inspector acercarse y no hallé nada mejor que esconderme en uno de los estantes para que no descubriese que no había hecho nada…
-¿Vian…? –preguntaba el inspector, pero yo no respondía.
Fue así que luego de llamarme varias veces, el inspector salió del lugar cerrando con las llaves que yo había dejado descuidadamente en un mesón, dejándome, de paso, encerrado.
Para peor era viernes, y nadie vendría al colegio hasta el lunes, salvo los perros que dejaban vigilando el patio, los fines de semana.
II.
A veces se pasa la vida sin darnos cuenta que no sabemos qué significan las palabras que usamos. O peor aún, a veces van pasando las palabras sin saber qué significa la vida que vivimos.
A mí me pasó con el inventario, por suerte, pero a muchos le ocurre con otras palabras, con lo que terminan encerrados en lugares mucho más complejos… como una relación, por ejemplo, o hasta una familia.
Y es que si es por volver al tema de los inventarios resulta que muchos de nosotros vamos envejeciendo sin siquiera percatarnos de qué es aquello que tenemos dentro, y qué cosas hemos ido extraviando por el camino.
Una abuelita que conocí una vez me contó, por ejemplo, que ella quedó de juntarse con el que seguía creyendo el amor de su vida junto a un nogal… pero claro, ella dijo que sí y olvidó que no sabía lo que era un nogal, y que esperó varios días junto a un sauce, hasta que el hombre apareció de novio con su hermana, quién sabe si por despecho…
Son cosas que pasan, podríamos decir, pero no sé si es bueno tomarlo tan a la ligera.
III.
Volviendo al laboratorio, recuerdo que esa vez, para intentar salir, terminé por romper un vidrio, aunque a partir del ruido los perros no dejaron de ladrar y venir a cada rato a pararse fuera de la sala.
Pasó así la primera noche y de puro ocioso me puse a hacer una lista con todo lo que estaba ahí, sin saber que con eso daba cuenta de mi castigo y lograba entender, de forma práctica, el significado del inventario.
Al final el sábado en la tarde, y luego de hacerme amigo de los perros que estaban fuera, logré salir del colegio, dejando sobre un mesón la lista escrita, que creía carente de valor y absurda.
-Menos mal que cumpliste con tu castigo –me dijo el inspector, al verme llegar-. El fin de semana entraron a robar e incluso rompieron la ventana del laboratorio, pero gracias a tu inventario pudimos descubrir que no se llevaron nada.
-¿El inventario…? –alcance a decir.
-Sí, lo dejaste sobre el mesón, junto con las llaves –dijo el inspector-. Yo mismo las guardé ese día y cerré el lugar…
Yo no quise corregirlo y la sensación quedó zanjada de esa forma. Sin que yo tuviese que inventar ni una sola mentira.
Con todo, aún no relacionaba la lista que había hecho con el inventario del que hablaba el inspector, pero explicarles cómo fue que me di cuenta de esa relación es ya pasar a otra historia; y como la ración de hoy ya tuvo la extensión suficiente y como también me parece que no tuvo mucha gracia, mejor dejo la historia hasta aquí. Nada más.
Además así, en el tiempo que ahorramos, quizá pueda usted aprender el nombre de algunos árboles… no vaya a ser que usted también se quede esperando la vida en el lugar equivocado.
No vaya a ser.
Te haré una pregunta, Vian... ¿nogal o sauce?
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