sábado, 6 de agosto de 2011

Vian, el idiota y el espantapájaros.

.
.


Llego al lugar tras nueve horas en bus
y tres de caminata.

Busco un lugar tranquilo,
alejado,
donde en unos meses más
pueda asentarme
e intentar escribir
por algún tiempo.

Es un pueblo extraño,
me advirtieron,
pero es lo único habitado
cerca del sitio a donde voy,
y debo preguntar ahí
para encontrarlo,
pues no hay rutas
que indiquen el acceso.

En el lugar, sin embargo,
nadie me habla,
salvo el idiota del pueblo.

Yo soy el idiota, me dice,
debes hablar conmigo antes que con los otros,
pues la gente de aquí
apenas habla con los hombres
y hasta hablan con Dios
de una manera distinta…

Ese no es Dios,
me dice entonces
apuntando a un espantapájaros…
y tú no pareces de aquí.

Pero sí he estado aquí antes,
le miento,
y el idiota me escucha
y comienza a reír
mientras veo rostros que se asoman
por algunas ventanas.

La risa del idiota
celebra algo que no comprendo,
me digo,
algo que no alcanzo a ver.

La risa del idiota tiene ojos de águila
y ve el absurdo
al fondo de mis poros,
y le da risa que yo no lo vea
y que aún así
lo llame idiota…

Por eso ríe,
me digo.

Luego, de improviso,
él deja de reír.

Ese hombre de ahí,
me dice ahora apuntando a un viejo
que está sentado en una silla,
ese hombre de ahí, repite,
se acuesta con mi mujer
¿lo ves…?
ese de aspecto extraño
y triste como un animalito…
yo le tengo cariño a ese hombre
porque es triste,
y a lo mejor mi mujer se acuesta con él
por esa misma razón.

Yo no sé la razón, de todas formas
porque no se la pregunto,
continúa,
y lo único que querría saber
es si ella lo ha visto alegre
aunque sea alguna vez...

¿Y si él se pone alegre
y tú te vuelves triste?
le pregunto al idiota.

Pero él no me responde.

Caminamos así unos pasos
mientras pasan frente a nosotros
algunas gallinas.

¿Ha comido usted pollos de ciudad?
me pregunta el idiota, mientras las ve pasar.

Yo le digo que sí.

¡La vida no es justa!
exclama,
a mí me dan pena los pollos de ciudad,
esos que dan vueltas, desplumados,
y lloro porque aún así quiero comerlos
y lloro salivando y porque soy débil
y porque tengo más ganas de comerlos
dice el idiota
y porque soy culpable.

Me gustaría ser un espantapájaros,
concluye luego,
y mientras me mira
descubro que al menos en parte
estoy soñando,
y aunque parezca extraño

eso me tranquiliza.

Todos los libros son casi un desperdicio,
sigue entonces el idiota,
acá por ejemplo
a mi mujer la tratan como a un libro,
y la desprecian.

Luego me explica:

La desprecian porque es la mujer del idiota,
y por eso se acuestan con ella a escondidas,
porque el idiota la ha mancillado…

¿Pero tú eres el idiota?
le pregunto.

No cuando a ella la desprecian,
me dice,
pues entonces soy
como aquel espantapájaros.

Tras decir esto,
el idiota extiende los brazos,
y su postura inmóvil
me resulta tan amarga
que hace que todo el pueblo
se desvanezca.

Así, comienza a acabarse el sueño,
y yo despierto
y lo escribo.

Extrañamente, sin embargo,
cuando hago pausas
y cierro los ojos,
descubro que en medio del sueño
quedó el espantapájaros,
y que si bien no hay pájaros
alguien en ese sueño
se quedó con mi rostro.

Salgo así de un sueño
y entro a otro…
así que si usted, lector,
está obsevando esto,
quiere decir que está también
en un espacio de este sueño,

y puede entonces estar seguro
de que nada es casualidad

y que ya nos conocemos,
sin duda,
de algún sitio.

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Tengo que contarle, (o contarte, como prefiera o prefieras), que mi hijo chico acaba de entrar a mi pieza y se ha puesto a leer un par de líneas de este escrito para mostrarme lo bien que lee. Acto seguido me mira y exclama 'uy! que fome!'
    Eso...
    Saludos

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